Por: Ramón Antonio Veras.
I.- El deseo justificado de vivir sin violencia
1.- Lo mejor con lo que cuenta nuestro país como ser
humano se ha interesado por vivir en un medio social que haga posible el
bienestar material y espiritual, pero lo que ha tenido es un ambiente cargado
de desgracia, infortunio e infelicidad, y con la agravante de que a corto plazo
no se vislumbra un cambio para quitarnos de encima un sistema que solo ha
servido para traernos pesadumbre, desazón y penas.
2.- Analizar un ordenamiento económico y social con
sentido crítico no es cuestión de simpatía o rechazo; que se vea cariñoso o repugnante, que genere gracia o desencanto.
Por más apasionamiento o entusiasmo que se tenga con relación a un sistema
social, si está fundamentado en la desigualdad no hay forma de quitarle su
naturaleza de injusto.
3.- El modelo económico bajo el cual hemos vivido los dominicanos
y las dominicanas, aunque sus ideólogos se mantienen lanzándole toda clase de
elogios, la realidad es que la censura debe ser
su aliada más sincera, porque lo que motiva su existencia es reprochable
a la vista de cualquier persona con sano juicio y libre de prejuicios.
4.- Solamente un imposibilitado de pensar con cabeza
propia puede salir en defensa de lo absurdo, irracional e inadmisible. Lo que
es la sociedad dominicana en su estructura socioeconómica nos enseña que no
tiene razón de ser para la existencia digna del ser humano. En lugar de
aplaudirla, solo merece oponerse a su vigencia y no ovacionarla.
5.- Es una ilusión; un desvarío; tremenda quimera; es un
sueño profundo creer que tiene algo de humana la desigualdad de posibilidades a
que condena al pueblo el sistema que padecemos. Basta con saber que el 9.5 por
ciento de la población dominicana está subalimentado. Pero, además del hambre,
el padecimiento no es solo por la pobreza, sino también por otras lacras que
son verdaderos tormentos sociales.
6.- Es un deseo justificado querer vivir calmado,
plácidamente, quieto, completamente reposado, sin nada de agitación. Pero una cosa es lo que el ser humano quiere, y
otra la que le enseña la realidad; y nuestro pueblo está pasando por momentos de
angustia, tormentos, amargura, en sí, un viacrucis por los asaltos a viviendas,
empresas y bancos comerciales; el tráfico de armas, de personas y órganos; las operaciones de sicariato, narcotráfico,
robos a mano armada y descuartizamientos, etc.
7.- Las causas generadoras de los hechos antes citados no
pueden buscarse al margen de la sociedad enferma en que estamos viviendo,
porque está afectada hoy hay que
curarla, o dejarla que muera por sus propias contradicciones internas, que se
revelarían insolubles desde el punto de vista político, económico y social.
8.- La sociedad dominicana de hoy descansa sobre un
sistema que genera violencia por todas partes, sus instituciones responden a
fines violentos, y el ordenamiento social está diseñado para imponer por medios
violentos la voluntad de minorías y grupos retardatarios.
9.- La violencia en sus diferentes formas, la
criminalidad en sus distintas modalidades, y la delincuencia común y la de
cuello blanco, son fenómenos propios de países en los cuales las estructuras y
mecanismos de expresión social y política ya no sirven para fines democráticos
y de convivencia civilizada.
10.- La violencia expresada en criminalidad ensangrentada
alarma, aterra, inquieta; lleva miedo y sobresaltos a lo mejor de la sociedad,
a los hombres y mujeres de bien. Semejante situación obliga a las fuerzas
motrices a ponerse en tensión para no sucumbir ante el crimen.
11.- Constituye un cretinismo y falta de seriedad cívica
decir que la violencia criminal es un fenómeno de hoy. Lo que sí inquieta ahora es la nueva modalidad criminal ligada
con el consumo y tráfico de estupefacientes, consecuencia de secuestros,
atracos, descuartizamiento y torturas reflejadas en víctimas ligadas al bajo
mundo del crimen con estampa internacional.
II.- Procurar medidas adecuadas
12.- Los fenómenos sociales no tienen solución con
medidas represivas; por su propia naturaleza social, se precisan medidas de
contenido económico, político y legal, en cuya implementación, necesariamente,
el pueblo organiza sus instrumentos adecuados de lucha, además de una firme
voluntad política dirigida desde las más altas instancias del Estado.
13.- Por tener la violencia y la criminalidad diferentes
componentes, se deben aunar esfuerzos dirigidos a enfrentarlos colectivamente
con posibilidades de éxitos, pues de lo contrario el país va a continuar
viviendo en el estado de inquietud en que se encuentra hoy, que si es verdad
que no estamos en un ambiente de alarma, es cierto que inquieta y genera real
preocupación.
14.- Ante la realidad actual, qué pueden hacer los hombres
y las mujeres de bien del país. Lo ideal fuera instaurar un ordenamiento social
nuevo, diferente al que padecemos, pero por ahora esto es una simple
aspiración, un deseo muy difícil de materializar, partiendo de las reglas del
juego político excluyente. Para enfrentar la violencia, la delincuencia en sus
diferentes vertientes debemos de buscar mecanismos posibles.
15.- Conviene elaborar fórmulas para hacerle frente a la
delincuencia común, hoy entrelazada con otra más compleja, con relaciones
transnacionales de la criminalidad organizada, entre las que se destacan el
narcotráfico, el lavado de activos, el tráfico de personas, los secuestros y el
sicariato.
16.- Se necesitan medidas preventivas, correctivas y
coercitivas de seguridad, en las cuales intervengan organizaciones
comunitarias, de la sociedad civil y el gobierno central. Además, de tomar en
consideración métodos aplicados en otros países con estructuras semejantes a
las nuestras, y retener aquellos medios con los cuales se han alcanzado éxitos.
17.- Si partimos de que la criminalidad es un fenómeno
con diferentes componentes socioeconómicos, hay que utilizar métodos con los
cuales se enfrenten males sociales como la pobreza, el desempleo, las
desigualdades sociales y, también acciones dirigidas a la familia en sentido
general.
18.- Cualquier medida que se ponga en ejecución para
combatir la delincuencia y la criminalidad, debe ser objeto de seguimiento por
un organismo funcional que se constituya en una estructura que rinda cuentas de
las acciones llevadas a cabo, de los logros, las fallas y la reorientación a
tomar con la finalidad de enfrentar deficiencias, y enriquecer aquellos logros
alcanzados. Si no se establece una correlación de trabajo entre autoridades y
comunidades, no se obtendrá éxito alguno en la búsqueda de la seguridad
ciudadana.
III.- Consideraciones pertinentes
19.- La vida nos ha enseñado que los momentos de
dificultades económicas, políticas y sociales cambian por un futuro de mejoramiento y felicidad
recurriendo a la potencialidad de las masas.
20.- Allí donde determinados sectores de la sociedad
pretenden imponer el miedo con sus acciones delincuenciales, los ciudadanos y
las ciudadanas de firmes convicciones cívicas y democráticas están en el deber
de exponer ideas y organizar expresiones de rechazo con el fin de que la confianza y la seguridad se
apoderen del sentir de lo mejor de la comunidad. El delincuente debe ser
enfrentado para higienizar el ambiente social.
21.- La apatía no debe ser el proceder de aquellos
munícipes que se sienten comprometidos con las mejores causas y siempre están motivados para atacar
a quienes se creen con derecho a convertirse en entes de dominación recurriendo
a la perturbación y así influir con sus vejaciones y agravios de toda clase.
22.- Cada dominicano que en verdad quiere lo mejor para
su país, debe formarse la idea de que es un compromiso cívico suyo no
desaparecer físicamente dejando la situación económica, política y social en el
estado de pesadumbre que se encuentra. Los padecimientos, las penas y los
lamentos no deben quedar como herencia de una generación que, en su gran
mayoría, se ha preocupado para que entre nosotros predomine la alegría, la permanente animación y el optimismo.
23.- Por muchas tropelías que lleven a cabo los pequeños
grupos de malvados y resentidos
sociales, nunca llegan a imponer sus designios, porque los pueblos
cuentan con personas que están formadas
para luchar contra todos aquellos que creen que con sus desafueros
pueden arrodillar a los que confían en la sana convivencia, el respeto mutuo y
la sociabilidad.
24.- Por más bulla que haga la delincuencia de cuello
sucio y blanco, no logrará arrinconar al pueblo dominicano. La soberbia, la
arrogancia del delincuente nunca llega a intimidar a los que en cada país solo
creen en el trabajo digno y en el luminoso porvenir que ha de llegar por el
esfuerzo mancomunado de mujeres y hombres formados para el bienestar colectivo.
25.- El hecho de vivir en sociedad genera derechos y
obligaciones que deben cumplir todos los que componen el tejido social. Hacer
acto de presencia allí donde el deber impone es ser consecuente y coherente en
pensamiento y acción. Por lo que todo aquel que predica que los dominicanos y
las dominicanas merecemos desenvolvernos en un
medio con plenas garantías, está comprometido a accionar contra todo
fenómeno social dañino que haga la existencia llena de angustia.
26.- Un
ordenamiento económico que tiene por base la desigualdad de
oportunidades, está llamado a producir
lacras que le son inherentes, pero ninguna persona honesta inclina la
cerviz para reverenciar los males que lesionan por igual a los que apoyan el
estatus quo, como a los que le son adversos. En una sociedad heterogénea desde
el punto de vista clasista, la actitud de aceptación o rechazo a la malignidad
define la conducta de sus integrantes.
27.- Todo aquello que representa un perjuicio para la
mayoría de la población, constituye un desafío a la conciencia sana de los
habitantes del país y, por tanto, debe ser combatido por los que se consideran
comprometidos a enfrentar lo que no es de bien para el pueblo. Ante aquellos
que están prestos para lastimar, el deber llama a que accionen aquellos que se
ocupan de que prevalezca lo saludable.
28.- Aunque es notoria en el país la presencia de los
perniciosos que se dedican al crimen organizado y a la corrupción en sus
diferentes formas, ante ellos las personas de bien no deben ser tolerantes. Lo permisivo, la flexibilidad ante la
criminalidad hace posible su desarrollo, continuidad y estabilidad. La vía libre al delito y la carta blanca a la
corruptela ha llevado al pueblo dominicano al atolladero.
29.- En cualquier espacio, sin importar el escenario, no debe tener luz
verde la degradación ética y moral. Posibilitar las operaciones vinculadas con
el fenómeno de la corrupción presenta al país
como el lugar donde el burlador
de la ley es recibido con beneplácito; que se le da aquiescencia a quien se
comporta como un malvado insano social. Aquel que no sirve como ser humano, es
ese sujeto enviciado que echa a perder; el pervertido modelo de corrompido.
30.- Lo mejor de nuestro pueblo no tiene razón alguna
para sentirse abatido, en estado de
aflicción por el hecho de que aquí pululan sicarios, atracadores,
narcotraficantes, corruptos y delincuentes de todos los calibres. La realidad
de los antisociales es la consecuencia directa del deterioro social, que no es responsabilidad de las mujeres y los hombres
que ajustan sus actos al buen vivir, a la decencia y a la honestidad. Aquel que
bien actúa está libre de congoja; siempre le acompaña la alegría, el regocijo.
31.- Lo que pinta la materialidad que estamos viviendo en
nuestro país es que como cohabitamos personas con distintas formas de
comportamientos, cada quien debe ser juzgado por sus actuaciones, por lo que
muchos estarán orgullosos de vivir con honor, mientras que una minoría
arrastrará deshonra; permanecerá aliada a la indignidad, el deshonor y el
desmérito. Cada delincuente lleva como sello el vituperio.
IV.- Reflexiones finales
32.- La
preocupación en el pueblo por el desarrollo de la criminalidad es el resultado
de las acciones delincuenciales llevadas a cabo en los últimos años por grupos
sociales que, impulsados por distintos motivos, han ejecutado crímenes de
facturas antes extrañas en nuestro medio social, fruto de la presencia del
crimen organizado que ha hecho acto de presencia con su ligazón a grupos
civiles politiqueros, policiales y militares.
33.- No escapa a nuestro conocimiento que el desconcierto
de que somos testigos en la actualidad, es la consecuencia directa de una
sociedad preñada de disgustos acumulados, insatisfacción popular por enconos,
amarguras y rabias. La armonía, la concordia se hace difícil donde predomina la
desigualdad social y de oportunidades.
32.- La seguridad no puede ser la obra exclusiva de las
autoridades policiales; se precisa también del concurso de hombres y mujeres
del pueblo con sentido de responsabilidad cívica. Las organizaciones barriales
en conjunto deben convertirse en instrumentos vigilantes y de denuncias contra
las actividades ilícitas. Las redes sociales constituyen un gran soporte a
autoridades que estén dispuestas a hacerle frente a la delincuencia.
35.- Sin importar
el lugar de su nacimiento, origen social o identificación ideológica, el ser
humano aspira a vivir en un ambiente en el cual tenga la posibilidad de
satisfacer sus necesidades materiales y espirituales. A las dificultades nadie
se adapta voluntariamente; el entorpecimiento de la existencia no es nada
agradable, porque lo ideal es poder desarrollarse como persona teniendo a su
alcance todo aquello que es fruto del trabajo material o intelectual. Al
desasosiego, al desvelo y a la molestia nadie se acostumbra.
36.- Lo dañoso no
está para ser aceptado por ningún ciudadano formado para compartir en una
sociedad en la cual el correcto proceder sea norma de conducta de la mayoría de
los miembros que la componen. Lo que lesiona vivamente a los nobles
sentimientos de hombres y mujeres que ajustan sus actos a sólidos principios
éticos y morales, no debe ser tolerado por aquellos que desean moverse en un
medio dominado por reglas de vivir decoroso.
37.- Una sociedad
humana compuesta por mujeres y hombres de bien; que creen en el desarrollo de
su país basado en el trabajo creador, bajo ningún concepto puede comportarse en
estado de resignación ante el crimen de cualquier naturaleza. La perseverancia
se debe imponer para vencer a los antisociales de arriba y de abajo, hay que
demostrar disconformidad ante los que no aceptan vivir decentemente; la
claudicación no cuadra ante las lacras. Hay que ser inflexible frente a quienes
procuran imponer sus designios.
38.- Lo que en
verdad se llama pueblo dominicano está obligado a mantener la nobleza que
históricamente le ha caracterizado. Pero esa cualidad que nos enaltece como
comunidad de mujeres y hombres sensibles, jamás podemos reducirla aceptando a
los cobardes, abyectos, roñosos y sinvergüenzas. La pulcritud cívica ha de estar
reservada para compartirla entre personas con decoro y miramiento, así como
probada de pureza de convivencia.
39.- No cabe
ninguna duda de que en la coyuntura actual que vive nuestro país es una
realidad viva la delincuencia en sus distintas modalidades, como también es una
verdad irrefutable que los infractores de la ley se creen con derecho a
violarla impunemente. El ofensivo, el antisocial se considera intocable, sin
riesgo alguno para delinquir. Sin darnos cuenta nos arropa el crimen; el atentado
se ha hecho común; la alevosía nos desafía; las fechorías acechan; la agresión
se siente y crea pánico.
Santiago de los Caballeros,
22 de julio de 2019.