Por:
Ramón Antonio Veras.
1.-
En los únicos tres verdaderos y masivos congresos de los profesionales del
derecho de nuestro país, efectuados en
la década del setenta del siglo pasado,
en la ciudad capital, Santiago y Bonao,
muchos colegas participamos en forma incisiva exponiendo la necesidad de crear un organismo que agrupara y
representara, real y efectivamente, a los hombres y mujeres de la toga y el
birrete.
2.- Creía, al igual que muchos abogados y abogadas, que aquellos
encuentros eran los espacios adecuados para
lanzar y hacer que prendiera
la idea de un Colegio de
Abogados; en esa línea, con mucho entusiasmo, bríos y sentido gremialista
activamos a los fines de alcanzar el objetivo perseguido.
3.-
La realidad es que hoy, aquellos ideales
por un organismo, un instrumento
de lucha por reivindicaciones y sanas aspiraciones, el Colegio de
Abogados, para muchos profesionales del derecho, y la mayoría de los que fuimos
sus gestores, se ha convertido en una
penosa frustración. En lugar de un logro gremial, lo vemos como un lamentable
desacierto que muy poco o nada ha hecho en provecho de la generalidad de sus
miembros.
4.-
Lo que me impulsa a escribir esta
nota es que cada vez
que se acerca la fecha
para las votaciones de escogencia del Consejo Directivo del Colegio de Abogados, recibo la visita de
colegas invitándome a sufragar por la plancha de sus simpatías.
5.-
Con el respeto que me merecen
todos los abogados y abogadas del país,
les hago saber que mi bufete,
como siempre, sigue abierto para todos los profesionales del derecho, pero ahora no quiero recibir la visita de ningún candidato,
promotor o promotora de candidato alguno.
6.-
La decisión antes indicada la he tomado porque no me siento ser miembro del Colegio, ni
representado en el mismo; estoy
inscrito en esa cosa por disposición legal, no por mi libre voluntad; además, no soy miembro de ningún partido u organización
política que pueda obligarme
a comparecer a votar por
determinado candidato.
Santiago
de los Caballeros,
23
noviembre de 2015.