Por:
Ramón Antonio Veras.
1.-
Mientras algunas personas se lamentan haber superado la juventud y estar en la
tercera edad, yo, por el contrario, me
siento ser un suertudo, muy
agraciado por haber llegado con vida a más de setenta y siete años. No me produce aturdimiento pensar que quiero formar
parte del mundo de los vivos hasta que llegue la hora de la partida final.
2.-
No me canso de repetir que tener vida a mi edad, me ha permitido establecerme en dos países: en el que nací y me desarrollé, y
en el que me ha correspondido permanecer hasta ahora. Al prolongar mi
existencia, he podido saber cómo puede cambiar el comportamiento de la especie
humana de una generación a otra dentro del mismo territorio.
3.-
Mantenerme con vida, por ejemplo, ha posibilitado que aprendiera a distinguir
los profesionales del derecho de ayer y
los de hoy, particularmente en lo que se
refiere a conducta, decencia, honestidad y respeto a la majestad de la
justicia. Los abogados y abogadas se
caracterizaban por su gentileza, apego a
los principios de la ética y la moral profesional, así como pulcritud en su
lenguaje y esmerado proceder en los estrados.
4.-
Por un conjunto de circunstancias que jamás en mi vida podría prever, he podido
formarme una idea, más o menos clara, de que los hombres y mujeres de la toga y el birrete de hoy, en su gran mayoría, constituyen una ofensa,
un bochorno, una afrenta para los profesionales
del derecho.
5.-
La tentativa de asesinato de que fue
objeto mi hijo Jordi, el 2 de junio de 2010, y el proceso judicial
seguido a los responsables de la acción criminal, me ha motivado a estar
presente en las distintas audiencias efectuadas en primer grado y en apelación.
La mayoría de los defensores
técnicos de los imputados, en lugar de abogadas y abogados, se han comportado
como ejemplos vivos de lo que son los
profesionales del derecho de una sociedad degradada, en completo estado de
descomposición.
6.-
Una sociedad humana tiene que haber llegado a un grado tal de podredumbre para alojar en su seno a
individuos que no tienen el más mínimo sentido de lo que es decencia,
despojados de todo lo que significa decoro y comedimiento. De lo que he sido
testigo en los últimos 71 meses es lo
que ha parido como abogadas y abogados un medio social propicio a la
insolencia, al lenguaje soez y
descomedido.
7.-
Solamente el deber que me impone estar reclamando justicia al lado de mi hijo, he tenido que escuchar a mujeres y
hombres de baja estofa, que con su indignante proceder lesionan el augusto
nombre de la justicia, estropean la venerable profesión de abogado y ponen en
entredicho el nivel académico de la universidad de donde provienen.
8.-
Ojalá llegue el día, que espero no sea tarde, cuando el ejercicio de la profesión esté apegado a la ética y a la moral
profesional, y la sociedad cuente con un
órgano que regule el comportamiento de las abogadas y abogados, no como ahora,
que los togados rastreros, andan por ahí sin miramiento alguno,
demostrando con su actitud que para ellos da lo mismo estar en una sala de
audiencia que en un burdel.
9.-
Mientras tanto, seguiré ahí, junto a mi
hijo, como he estado desde hace 71 meses; consciente de que así como en la
sociedad dominicana hay mujeres y hombres de bien y también escorias, entre los
profesionales del derecho los hay dignos
y honrados, así como abunda la basura con aparente rostro humano, subproductos sociales que con sus actuaciones
dañan y hacen pestilente la profesión.
New
York, 2 de mayo de 2016.