Por: Ramón Antonio Veras.
La brega
permanente en la lucha por la vida; el
dinamismo que desarrollamos a diario en procura por alcanzar el fin perseguido;
los esfuerzos que realizamos para iniciar
o concluir un proyecto, en fin,
lo peliagudo que se presenta el
turbulento mundo de hoy, hace difícil el sosiego espiritual que necesitamos
para analizar con serenidad muchos de
los problemas que lesionan vivamente a la sociedad.
Si el verdadero pueblo dominicano tuviera la tranquilidad necesaria para analizar el concepto igualdad, comprendiera
que se le ha estado confundiendo cuando le han dicho que todos los dominicanos y dominicanas somos iguales ante la Constitución y las leyes,
cuando esto es real y efectivamente
falso.
La igualdad formal ante la ley, en el fondo, es un engaño porque no puede existir igualdad real allí donde unos pocos lo tienen todo,
mientras las grandes mayoría carecen de lo indispensable hasta para conservar
la vida.
Desde hace muchos años los políticos tradicionales les han hablado al
pueblo dominicano de la igualdad. Pero
resulta que en política, lo mismo que en el lenguaje jurídico, la igualdad no es más que una ficción.
Por ejemplo, la Constitución política vigente consagra en su artículo 61 el derecho a la salud de la población
dominicana, pero esa igualdad
extendida a la generalidad de los dominicanos y dominicanas va a
depender, no de lo que está
estampado en la Carta Magna, sino en la
posición social y económica del paciente.
Para coronar el razonamiento que he hecho con relación
a la igualdad me permito hacer un relato
fruto de una experiencia propia.
A mi compañera Carmen, una vez se le diagnosticó que
estaba afectada de cáncer, sus médicos le recomendaron que, luego de recibir
seis sesiones de quimioterapia, debía someterse a un tratamiento de
radioterapia, preferiblemente en Puerto Rico, Miami o New York, tomando en
cuenta los equipos tecnológicos de que disponían los centros hospitalarios de
esos países y estados norteamericanos.
Siguiendo las instrucciones de sus médicos,
principalmente de su dedicado y eficiente oncólogo, Carmen, en compañía nuestra
se trasladó a la ciudad de New York, para recibir el tratamiento de
radioterapia.
Desde el momento que coordinamos la cita con los
médicos norteamericanos y el centro asistencial, fuimos advertidos de que el
costo del tratamiento de radioterapia, en un centro privado de los Estados
Unidos, es sumamente costoso; no está al alcance, desde el punto de vista
económico, de los pobres de ningún país ni de cualquier sector de la clase
media acomodada.
Lo que queremos significar es que sabíamos que al
decidirnos por ir a un hospital norteamericano teníamos que esperar que el
monto, por concepto de medicamentos y honorarios médicos, no sería paja de coco.
Una vez los médicos norteamericanos hicieron a Carmen
los chequeos y exámenes previos de rigor, y precisaron el número de sesiones de
radioterapia que debía recibir, una jovencita secretaria ejecutiva del hospital,
le dijo a Carmen: “Doña, este es el tratamiento que usted necesita, y los
costos; todo el dinero tiene que ser pagado antes de comenzar, y si se inicia
mañana tiene que ser pagado hoy o mañana, antes de ser tratada”.
En ese momento
intervine, y le dije a la joven que de inmediato se le pagaría el
cincuenta por ciento; pero ella no me dejó terminar, y contestó: “aceptamos el
cincuenta por ciento ahora, pero el tratamiento no comenzará hasta que se haga
efectivo el pago total de la cuenta”. Al día siguiente se le pagó el restante
cincuenta por ciento y con el recibo en sus manos a Carmen se le comenzó el tratamiento.
¿Cuál hubiera sido el destino de Carmen, en lo
inmediato, en el hipotético caso de que no hubiéramos dispuesto en ese momento
del dinero requerido para el tratamiento? De seguro que, tal como había sido en sus inicios el
pronóstico con respecto al tiempo de vida
por su enfermedad, de menos de un mes, no se hubiera prolongado por
cinco años, como realmente ocurrió.
Lo que ocurre es que una cosa es la igualdad constitucional y
jurídica en el capitalismo, y otra, muy distinta, la igualdad de oportunidades que
solamente la ofrece el socialismo real.
El socialismo descansa, fundamentalmente, sobre bases
y principios que ponen por delante al ser humano, y su desarrollo integral en
el orden material y espiritual. En todos
los países donde ha predominado o predomina actualmente el socialismo real, los
hombre y mujeres, niños y ancianos, trabajadores manuales o intelectuales,
tienen asegurada la educación y la salud pública. Por tal razón es que he dicho que el más
atrasado de los sistemas países socialistas es superior, en humanismo, que el
más desarrollado de los capitalistas.
Bajo el sistema capitalista el dinero y la salud van de las manos, y la
vida depende de una determinada cantidad de la mercancía dinero. Con mucho sentido de la realidad siempre he recordado los criterios emitidos por el Comandante Fidel
Castro, al clausurar el XIII Forum Nacional de Ciencia y Técnica, cuando dijo: “La vida no es una mercancía y uno de los
peores crímenes del capitalismo ha sido convertir la salud en una mercancía”.
Santiago de los caballeros,
6 de febrero de 2014