Por: Ramón Antonio Veras.
1.- No se discute la naturaleza
social del fenómeno migratorio como
consecuencia del desarrollo desigual de dos países, como tampoco se pone en entredicho el derecho
soberano de cada Estado de regular la presencia
de extranjeros en su territorio.
2.- La parte social de la
inmigración entraña, necesariamente, a
seres humanos como actores; de ahí que al momento de tomar cualquier medida
relacionada con ella debe primar el humanismo.
3.- Al parecer, entre los
dominicanos se ha perdido el lado humano de ver las cosas. Se hace cuesta arriba creer que el
sentido caritativo que
históricamente nos ha caracterizado está desapareciendo al no
actuar en forma compasiva, que estamos
olvidando la sensatez, la generosidad y lo agradable que hemos sido.
4.- No quisiera ni por asomo pensar
que de nosotros se está apoderando la parte fea de la especie humana, el
egoísmo, la insensibilidad, la dureza y
lo desagradable. Sería muy duro que predomine
la miseria humana de la arrogancia, el orgullo vano y la insolencia
presuntuosa.
5.- Debo decir con toda franqueza
que cada día me siento más y más preocupado por el
comportamiento de amplios grupos humanos de mi país; por la forma como reaccionan ante la desgracia y el pesar
de los demás. No podemos
olvidar que el sentir solidario
se manifiesta de distintas maneras y su apreciación en contrario se
expresa cuantas veces somos
testigos de hechos que afectan a otros y
no los tomamos como nuestros.
6.- El estado de angustia que he
visto en la cara de miles de inmigrantes
haitianas y haitianos que muestran
dolor, nerviosismo y tristeza por no haber podido registrarse dentro de las exigencias para la
regularización de extranjeros, en los
plazos establecidos, me ha hecho sentir
vivamente lesionado, golpeado como ser humano y como dominicano; de mi se ha apoderado el dolor, la impotencia
y el desanimo; me produjo indignación
escuchar a una señora con lágrimas en sus ojos,
y un niño de meses en sus brazos,
desesperada porque se sentía
en la obligación de abandonar su
hogar y sus ajuares.
7.- Lo que vi en la señora llorando,
con su bebe cargado y lamentándose por perder su techo y muebles, me hizo
sentir que vivía en un país de insensibles, soberbios, ufanos y
petulantes; con condiciones para humillar,
rebajar a los más débiles, llevados a
la impotencia por algunos de los que aquí
gozan vanagloriándose de
cristianos y demócratas.
8.- La desesperación de los demás me
hiere y empequeñece como persona.
No estoy formado para aceptar
tranquilamente que el ser humano sea anímicamente azotado, vapuleado, castigado
por cuestiones que tienen distintas soluciones legales, sociales y políticos.
9.- En los marcos de la complejidad
que entraña el asunto migratorio, por su
carácter social, hay que buscarle una salida armoniosa y comprensiva; rodeada
siempre de claridad y flexibilidad, en procura de que exista un equilibrio para
no lesionar los derechos de personas que,
por necesidad económica, han
abandonado su lar nativo en busca de una
vida menos pesada en lo material y espiritual.
10.- La ley ha de ser aplicada con
sentido humano. Compelir a que en estado de desesperación salgan del país aquellos que con su fuerza de trabajo han contribuido al desarrollo nacional, no
es justo; impulsar, constreñir, o de cualquier forma imponer una salida
angustiosa a los inmigrantes haitianos, nos hace ver como un pueblo que ha
perdido el juicio, la compostura civilizada, el sentido de la transigencia
digna y la tradición de pueblo hospitalario; de
nación refugio de los desamparados, país receptor de los desabrigados.
11.- Por muy difícil que se presenta
la situación económica y social nuestra,
y por más que nos podamos amparar en disposiciones constitucionales y legales,
no podemos perder la delicadeza como pueblo civilizado; la ternura, el
miramiento total hacia los demás; debemos caracterizarnos como
personas exquisitas, con miramientos;
extraños a la indiferencia, a la desatención, rudeza, vulgaridad y
desconsideración.
Santiago de los Caballeros,
22 de junio de 2015.