Opinión
Una explicación necesaria
Por Ramón Antonio Veras
Dado que la diplomacia no es mi punto más fuerte y que tengo
un carácter muy definido, esporádicamente áspero, no ha de extrañar que tantas
franquezas, acompañadas de alguna ocasional belicosidad, a veces justificada y
otras caprichosas, causen sus inconvenientes en la interacción social.
Lo mismo también ha contribuido a suscitar fricciones, a
veces innecesarias, o al menos excesivas, en el entorno familiar y de círculos
allegados.
No obstante, tengo la profunda convicción de que ese
carácter, criticado tanto por mí, como por los demás, es el que me ha permitido
sobrevivir y levantar a mi familia, en la forma que lo he logrado.
Mi espíritu de confrontación también tiene un componente que
no es de carácter, sino de ideología, pero por el momento esa es otra historia,
aunque no se puede desligar de esta.
La franqueza ha sido una línea de comportamiento en mi vida.
Trato de exhibir la naturalidad sin esfuerzo alguno porque me es inherente. La
simulación no tiene espacio en mí. Al fingimiento lo veo como algo
insoportablemente artificial. Detesto el aparentar porque la apariencia no me
cuadra. No conozco la ficción.
Aquel que me ha tratado y todavía no me conoce, lo lamento,
porque ya se me hizo tarde para demostrarle lo que he sido y lo que soy como
persona, y como dominicano nacido, formado y desarrollado aquí.
Por feliz circunstancia, no tengo necesidad de convencer a
mis amigos de quién soy, porque me conocen y a mis adversarios no los puedo
convencer de forma alguna, con verdades absolutas, ni relativas, así es que
simplemente no forman parte del auditorio al que aspiro.
Pero sí estoy en el deber de hacer que me conozcan aquellos
que vienen a ser la prolongación de mi vida y tienen todo el derecho de pedirme
cuentas, de escucharme, de saber quién soy y quién he sido, para que mañana, en
el futuro, nadie venga a decirles que en mi vida fui un santo o un demonio, sin
que ellos tengan su propia versión.
Los míos, aquellos que llevan y van a llevar de por vida mi
sangre combinada con la de su madre, no están llamados a recibir, con respecto
a mí, informaciones con sorpresas, ni noticias con estupor sobre lo que fue y
ha sido mi existencia.
I.- Una observación a mis hijos
A mis hijos les digo que si están en presencia de una
persona de sano juicio, sensata, ecuánime, juiciosa, equilibrada y apreciada
como seria, y se manifiesta confundida, equivocada, errada, con relación a un
hecho o actuación en mi vida, deben de esforzarse para convencerla de que no
está en lo cierto, que está desinformada.
Pero también les digo a mis vástagos que no se deben dejar
confundir tratando de convencer a quien tiene una idea fija o interesada para
no aceptar ni la verdad absoluta, porque sería una de las tantas formas de
perder el tiempo.
Se puede persuadir al que no está condicionado, ni
prejuiciado, no así a quien está negado a reconocer, a aceptar ni la existencia
del mundo exterior que le rodea.
El aliado de la suspicacia irracional, acompañada de malicia
o interés, es un obstinado y enceguecido ser que no merece la más mínima
explicación o aclaración de un hecho o fenómeno, porque sus dudas no son las
del escepticismo saludable de la racionalidad y del amor al conocimiento, sino
las despreciables banderas de la insidia espuria e interesada.
Los afanes diarios de la vida moderna, el anhelo de buscarle
una salida rápida a las cosas que se presentan, nos impiden dar a conocer a
nuestros hijos y nietos, cómo fueron los primeros años de nuestras vidas los
cuales se reflejan en la forma de desenvolvernos en la actualidad.
Como no ha sido mi campo de estudio, no puedo explicar
científicamente el proceso mediante el cual la especie humana va fijándose en su
cerebro una serie de hechos, sucesos y trances que en el futuro sirven de guía
a sus actuaciones.
Esas fijaciones van a estar establecidas como puntos de
referencias, hilos conductores de cada persona.
Como adulto y persona mayor, he tenido presente una serie de
hechos ocurridos durante mi niñez. Los he retenido y recordado, como algo que
considero provechoso transmitir a mis descendientes.
Es posible que ninguno de mis cinco hijos biológicos, tenga
una idea de lo que fue la vida material y espiritual de su padre en los
primeros años de su existencia.
Para que ellos sepan por qué reacciono en una u otra forma
ante una serie de cuestiones, me voy a permitir recrear algunos hechos vividos
por mí en la niñez y que me han seguido por siempre.
II.- La vivienda y yo
Siempre he manifestado interés en que toda persona
estrechamente vinculada conmigo disponga para sí y los suyos de un alojamiento
propio. Esta es una inquietud que definitivamente está vinculada a algunas
angustiantes experiencias vividas en mi niñez y adolescencia, cuando mi familia
vivía como una pelota de ping-pong, mudándose de un sitio a otro y siempre con
los pocos trastos sobre la cabeza.
Cuando mi madre llegó a Santiago desde la sección Palmarejo,
en compañía de mi padre, se mudaron en una habitación de una cuartería ubicada
en la calle Duarte, entre las calles hoy Pedro Francisco Bonó y 27 de Febrero.
Pagaban tres pesos mensuales por concepto de alquiler. En ese lugar nació mi
finada hermana “Monina”.
De esa cuartería de la calle Duarte, me contó mamá, ella,
papá y “Monina”, se fueron a vivir a un bohío ubicado dentro de una finca del
señor Cristóbal Bermúdez.
La propiedad, en su totalidad, se extendía desde donde está
hoy en Santiago el local del Partido Reformista, hasta más allá de la Avenida
J. Armando Bermúdez, circundada también por lo que es ahora la Avenida
Bartolomé Colón y la 27 de Febrero.
Mis padres llegaron a ocupar esta vivienda sin pago alguno,
pero a cambio de que mamá, que había dado a luz a “Monina”, lactara a un nieto
de Cristóbal Bermúdez, de nombre Fernando Bermúdez, luego conocido en Santiago,
hasta su muerte, como “Fernandito El Catarey”.
Precisamente, en esa vivienda, separada por una cañada, nací
yo, asistida mi madre por una comadrona, el 25 de diciembre de 1938.
En un momento dado, el señor Bermúdez, requirió que le
desocupáramos la vivienda y así lo hicimos. Mi padre logró que el director de
Obras Públicas, en Santiago, nos dejara vivir, como condescendencia, en la
segunda planta de una destartalada casa ubicada en la calle España esquina Las
Carreras, donde ahora está el Ateneo Amantes de la Luz. A los pocos meses nos
mudamos de ésta porque la parte que ocupábamos sería utilizada como almacén de
Obras Públicas.
Luego de desocupar la propiedad de Obras Públicas, mi padre
logró que nos dejaran vivir, sin pago alguno, en una casa–almacén- propiedad
del Ferrocarril Dominicano, empresa para la cual él laboraba. La vivienda
estaba localizada al lado del Cementerio de la 30 de Marzo, a pocos pasos de donde
ahora está la estación principal de los Bomberos de Santiago.
A los cuatro o cinco años de estar viviendo en la del
ferrocarril, por fin, alquilamos por RD$25.00 pesos mensuales, la segunda
planta de una casa situada en la calle 27 de Febrero No.129, propiedad, en esa
época, de doña Gloria Segura, la madre de Tatica y Rochi, hijas del finado
General Ludovino Fernández.
Luego, al no poder seguirle pagando el alquiler a doña
Gloria Segura, nos mudamos a la casa No.86 de la calle General Valverde, y de
ahí a la No.157 de la calle Salvador Cucurullo.
Continuará la semana próxima