miércoles, 2 de abril de 2014

Exposición del doctor Ramón Antonio Negro Veras en la conferencia: Los desafíos de nuestra democracia: parlamentarismo y participación social.

Día: martes 1 de abril 2014.
Hora: 7:00 p.m.
Lugar: Centro León. Santiago
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La Oficina Senatorial de Santiago, me ha invitado  a participar en este 9no Conversatorio Santiago: Pensar para Proponer,  como comentarista de la conferencia: “Los desafíos de nuestra democracia: parlamentarismo y participación  social”, a cargo del doctor Agustín  Basave Benítez.
Mi exposición la voy a dividir en dos partes: la primera, (I)  mis  comentarios  sobre lo planteado por el doctor Agustín  Basave Benítez, y la segunda (II) el criterio que sostengo con relación al tema desarrollado, y  la democracia en sentido general y la dominicana en particular.

I.-  MIS  COMENTARIOS SOBRE LO PLANTEADO POR EL DOCTOR AGUSTÌN BASAVE BENITEZ.
El doctor Agustín  Basave Benítez,  comenzó su exposición con un lamento porque el parlamentarismo no es tomado en consideración, el ambiente político de Méjico. En  ese sentido dice:
“El parlamentarismo brilla por su ausencia en el debate de la reforma del Estado en México. Es ciertamente asombroso el tabú que impera en su contra; ni siquiera el incremento del número de académicos y políticos mexicanos que reconocen la disfuncionalidad de nuestro presidencialismo y proponen en mayor o menor medida su parlamentarización  ha podido erradicar el dogma absurdo de que nuestra nación está congénitamente impedida de salirse de las márgenes del régimen presidencial, así tenga que ahondarse cada vez más su incoherencia. Quienes abiertamente preconizamos la adopción de un régimen parlamentario seguimos siendo una minoría ignorada, y los que solapadamente lo rechazan siguen siendo una mayoría que, salvo honrosas excepciones, no se digna a dedicar al tema algo más que peregrinas descalificaciones de exotismo e inviabilidad”.  (1)

Continuando con su crítica al no debate del parlamentarismo en México, el expositor dice:
Con una salvedad que se diluye y otra que hace abrigar esperanzas, al parlamentarismo se le descalifica a menudo tácita y siempre categóricamente, como si los mexicanos tuviéramos una grapa en nuestro ADN político que atrofiaría a nuestra sociedad políticamente organizada (¿más?) con un sistema de gobierno que girara en torno a un parlamento.   (2)

Haciéndole  una crítica a la actual forma de participación política, y justificando el parlamentarismo, el doctor Agustín  Basave Benítez, afirma:
El Estado mexicano vive en el peor de los mundos posibles. Está atrapado entre un régimen presidencial “a la gringa” y un sistema de partidos “a la europea”, y para salir de esa trampa no hay más que dos soluciones: o “agringar” los partidos o “europeizar” el régimen. En otras palabras, o nuestros partidos se reducen a dos, se desideologizan y sus legisladores dejan de votar en bloque, o adoptamos la regla central del parlamentarismo que ata la jefatura de gobierno a la correlación de fuerzas en el poder legislativo. (3)

Al hacer una crítica a los que en México se identifican con la tesis de la  sobrerrepresentación,  el expositor dice:
Hay quienes proponen la sobrerrepresentación. Es decir, que el porcentaje de curules para un partido pueda ser mucho mayor que el porcentaje de sufragios que obtuvo, a fin de facilitar que quien tenga la Presidencia controle las Cámaras. La propuesta es de un grupo de diputados que representan la vertiente del PRI que yo bauticé como “el partido lanza”, que abren así fuego en la disputa intrapartidista contra “el partido escudo”. No parece importarles que eso implique Cámaras menos plurales; les resulta más importante propiciar que el próximo presidente tenga una bancada mayoritaria para aprobar sus iniciativas. Tampoco parece molestarles el hecho de que sobrerrepresentar sea arar en el mar y, peor aún, embravecerlo. (4)

Para rebatir la posición   de aquellos  que en México consideran inviable tanto el status quo como el parlamentarismo, el doctor Agustín  Basave Benítez, les responde en forma abierta y tajante:
 La contradicción institucional de este país no se va a solucionar mientras no se cree una mayoría única o preponderante que conforme el parlamento y forme el gobierno, y dado el grado de disfuncionalidad que padecemos estoy persuadido de que podemos y debemos hacer el vuelo sin escalas. (5)

Ante las críticas que formulan algunos sectores presidencialistas en América Latina al parlamentarismo, el expositor  doctor Agustín  Basave Benítez, apoyándose en la tesis de Juan Linz, apunta:
Como bien argumenta Juan Linz, la fragilidad de la institucionalidad democrática en nuestra región se debe en buena medida al juego suma-cero y a la exclusión de los perdedores, y quizá también a la ausencia de un factor moderador que pueda mediar en la lucha partidista. Por eso el sistema parlamentario, lejos de ser culturalmente inaplicable a nuestras naciones, resultaría bastante adecuado y útil. (6)

Para justificar el parlamentarismo en México, desde el punto de vista constitucional, doctor  Basave Benítez, dice:
Nuestra Constitución es un ejemplo paradójico: creada como proyecto de nación más que como guía cotidiana del comportamiento de la sociedad, ha sido parchada en innumerables ocasiones en vano afán de acoplarla a la coyuntura. Hace algunos años los opositores a una nueva Carta Magna eran legión. Hoy sobran quienes, al menos en teoría, están de acuerdo con la necesidad de reinventarla. Las razones son diversas: es imperativo dar coherencia a un texto que ha sido modificado tantas veces sin sentido sistémico, es deseable otorgarle un carácter menos programático y coyuntural, es urgente constituirla como un acuerdo en lo fundamental producto ya no de un triunfo militar sino de un verdadero consenso nacional. Y sin embargo, se da por utópica la idea de una nueva constitucionalidad que introduzca el parlamentarismo a México. Y así seguimos con los alambritos presidencialistas. Y acaso así podríamos seguir hasta que el motor constitucional reviente y no nos quede más remedio que armar uno nuevo en condiciones asaz anárquicas y caóticas (7).

Continuando con su posición de motivar y justificar el parlamentarismo, el doctor  Basave Benítez, reitera: (8)
Es menester recalcarlo: la idea de discutir el cambio de régimen de nuestro país no es producto del exotismo académico ni del capricho político. Es el resultado de la inoperancia de los mecanismos que regulan la relación entre los Poderes Ejecutivo y Legislativo en el nuevo pluralismo de Latinoamérica en general y de México en particular, como han demostrado los Linz, Valenzuela, Lijphart, O’Donnell, Mainwaring et al, a cuyos argumentos hay pocas cosas que agregar. Una de ellas es que la propuesta de convertirnos en una república parlamentaria no sólo responde a la lógica de nuestra realidad, sino que además nos ahorra el alambicamiento de instrumentos que hoy se proponen y que se volverían innecesarios, como es el caso de la revocación del mandato. (8)

Como una forma de darle base de sustentación al parlamentarismo, el expositor doctor Agustín  Basave Benítez, refiriéndose al voto universal y el sistema presidencial, dice:
No obstante, con todo y voto universal, la actual vertiente presidencial de la democracia representativa sigue entrañando una paradoja. El mandante no puede determinar en una elección más que los grandes trazos ideológicos de la misión del mandatario. En buena tesis, en efecto, el elector vota por el candidato de un partido en función de su plataforma electoral y las propuestas en ella contenidas. Pero resulta que no hemos creado un mecanismo legal para garantizar o al menos impulsar el cumplimiento de las promesas de campaña. Es decir, la vinculación de la voluntad del representado con la acción de su representante es, en el mejor de los casos, endeble. (9)

Como una forma de fortalecer su tesis el doctor Agustín  Basave Benítez, hace referencia a la democracia participativa  y al parlamentarismo cuando dice:
Para eso existen instrumentos de democracia participativa de los que México carece y apenas empiezan a legislarse. Su propósito es preguntar directamente a la sociedad cuestiones cuya importancia amerita una consulta ad hoc, y sus requisitos deben asegurar que sólo los asuntos más relevantes sean susceptibles de una nueva manifestación de la voluntad popular. Si se vale el símil, es como si los electores otorgaran a los elegidos una carta-poder limitada para representarlos, estableciendo la posibilidad de revertir la autoridad delegada por cuanto a algunas decisiones que se deben tomar sin intermediarios. El diferendo entre “representativistas” y “participativistas” es muy viejo y está en buena medida zanjado. Los mexicanos, sin embargo, estamos rezagados del mundo democrático porque no hemos legislado el referéndum, el plebiscito y la iniciativa ciudadana, y en vez de discutirlos nos enfrascamos en un debate sobre la forma de terminar anticipadamente a un gobierno impopular. Pues bien, ese complicado procedimiento es sencillamente intrínseco al parlamentarismo, que ideó la manera de “deselegir” a representantes populares que no cumplen sus promesas o compromisos electorales. Cuando un primer ministro se aleja de sus compromisos o incurre en desviaciones que ameriten su destitución, la mayoría parlamentaria puede retirarle su apoyo y empujar a la formación de un nuevo gobierno. Los periodos de tiempo para los que se elige a los parlamentarios son máximos, no fijos o inflexibles. (10)

Con sentido de satisfacción, el doctor Agustín  Basave Benítez, dice:
Es imperativo forjar una nueva Constitución y un régimen parlamentario y eso ya no podemos disimularlo o aceptarlo a cuentagotas. Las deficiencias de nuestro diseño institucional son tan abrumadoras que, pese al rechazo dogmático al parlamentarismo en México, hay ya en marcha una reforma que no se atreve a pronunciar su nombre. Si bien las consecuencias que acarrea el desafiar prejuicios atávicos hacen que seamos pocos quienes manifestamos explícitamente el deseo de adoptar un sistema parlamentario, no faltan propuestas que apuntan a conformar un gobierno que responda a la correlación de fuerzas en el Congreso.(11)

Llegando casi al final de su exposición,  el doctor Agustín  Basave Benítez, razona diciendo:
Termino con una reflexión sobre la resistencia al cambio en este México presidencialista. Siempre he pensado que lo peor que puede ocurrirle a una verdad es volverse un lugar común. La travesía rumbo a la obviedad empieza en el rechazo y termina en la irrelevancia o, peor aún, en el dogma. La realidad conceptual suele navegar penosamente contra la corriente, y rara vez su llegada a puerto es digna de celebración. Y es que Perogrullo es como el poste en la esquina de la casa: a fuerza de verlo lo dejamos de ver y sólo cuando nos estorba vuelve a tornarse significativo. Las ideas que quedan cautivas en su propia veracidad pierden visibilidad o, mejor dicho, pertinencia: si repetir una mentira mil veces la hace creíble, reiterar una verdad hasta la saciedad la torna escurridiza. La cárcel se convierte en fortaleza que impide atrapar salvedades o limitaciones. (12)

Antes de abandonar  la escena de la defensa de su criterio con relación a la conveniencia de la instauración en México del parlamentarismo, el exponente precisó:
Frente a las propuestas para inyectar una dosis de parlamentarismo a nuestro régimen resurge, con inusitado vigor, el rechazo que apela a taras idiosincráticas. Y si bien hay quienes esgrimen razonamientos de gobernabilidad y de eficacia institucional, muchos se amparan explícita o implícitamente en consideraciones de psicología social. Recrean, corregida y aumentada, la noción de nuestra cultura política autoritaria. Es más, la llevan a extremos que rondan el fatalismo y que asumen una concepción inmovilista o estática de la cultura. Sugieren que la ley debe seguir a la realidad social y olvidan que la realidad social también puede y debe ser moldeada por la ley y que a ese tipo de fuerzas inerciales no hay que ignorarlas ni acatarlas, sino contrarrestarlas. No por manido el ejemplo es menos válido. Cuando cruza la frontera norte, el mexicano que lleva a cuestas una cultura milenaria de desprecio por la legalidad acostumbra comportarse como un ciudadano ejemplar. En un instante, sin mediar mayor proceso de aculturación, respeta las señales de tránsito y deja de tirar basura en las calles. Sabe que allá los incentivos hacen inconveniente actuar de la manera en que lo hace acá y reacciona racionalmente. Cierto, la cultura cívica es producto de la acumulación de experiencias, pero es muy sintomático el hecho de que el cambio de nuestro comportamiento sea tan dúctil en un Estado de derecho que provee los alicientes correctos . (13).

En la parte de su exposición donde el  doctor Agustín  Basave Benítez, asume la posición más realista es, conforme mi criterio,  cuando plantea:
Discutamos las ventajas y desventajas de los sistemas políticos y su potencialidad en el contexto de nuestras peculiaridades, pero no caigamos en el error de juzgar culturalmente ineluctable uno que se ha vuelto disfuncional. Los argumentos de la ingeniería constitucional y de las características de nuestro esquema partidista en favor del presidencialismo poseen suficiente peso para tener que recurrir a la idiosincrasia como coartada. Y no olvidemos que, si triunfaran quienes pugnan por mantenerlo, sería necesario realizar reformas para adecuarlo a nuestro nuevo pluralismo que lo tornarían más pesado y lento. En suma, no permitamos que nuestras verdades devengan en dogmas y que nuestras ideas estén en cautiverio. (14)

Poniéndole punto final a su tesis, el doctor Agustín  Basave Benítez, admite la situación de dificultad que entraña la aplicación en México, del parlamentarismo, y dice:
No niego que es un tema delicado. Se trata de operar la espina dorsal de nuestro sistema político y tocar ni más ni menos que las fibras nerviosas del poder público. Pero no sería una intervención quirúrgica innecesaria, ni siquiera canjeable. El paciente ya padece hemiplejia democrática --tiene su mitad izquierda inmovilizada--, camina con gran dificultad y está en riesgo de quedarse totalmente parapléjico. El diagnóstico es inequívoco y la única duda es qué tipo de operación realizar. Los síntomas son claros: la parálisis del Congreso y la atocia del presidente. La enfermedad viene de lejos y es degenerativa. La primera vez que la reforma del Estado figuró en la agenda nacional fue hace más de dos décadas. Durante veintitantos años nuestra sociedad ha escuchado a los actores políticos discutirla hasta la saciedad, si no es que hasta la suciedad. El ruido ha sido mucho y las nueces pocas: en 1989 se reformó la administración pública federal, luego vinieron las sucesivas transformaciones que dieron pie al actual Cofipe y finalmente se reestructuró la Suprema Corte (25). Pero lo que a mi juicio constituye el meollo del asunto --la inyección parlamentaria a nuestro sistema-- sigue en la jeringa. (15)

Hasta aquí los cortos comentarios  que hago con relación a la generalidad de los puntos planteados en su exposición  por el doctor  Basave Benitez.
Ahora me propongo desarrollar algunas ideas entorno a la democracia en sentido general y la dominicana en particular.

II.-  MIS CONSIDERACIONES SOBRE DEMOCRACIA

De entrada puedo decir que las constituciones que hemos padecido no hacen especificación del sistema social y económico, ni  la ubicación de las clases sociales en el proceso de producción; en ellas se hace mención de pueblo y ciudadanos en sentido ideal, en abstracto, sin establecer separación entre pobres y ricos; hablan de derechos, libertades y de la igualdad ante la ley,  pero en nada se ocupan de los derechos económicos y sociales en forma concreta.  
Aunque la democracia es el régimen político  en  el cual  el  poder es ejercido por el pueblo, en los diversos periodos  históricos  su contenido real cambia, de acuerdo con los cambios en el régimen socioeconómico imperante.

En los años de ascenso y de lucha contra el feudalismo, la burguesía promovió una serie de medidas para democratizar el régimen estatal, es así como nace la democracia burguesa. Pero la esencia del régimen  consiste en la dominación  de la burguesía.

En la  democracia representativa, las ciudadanas y  los ciudadanos, de modo directo  o mediato escogen  a  sus representantes para  el ejercicio de las funciones legislativas, y su forma típica es la parlamentaria. El presidencialismo limita el carácter representativo y facilita la liquidación de los estados democráticos.

En la democracia participativa, sus partidarios reconocen al pueblo el derecho de consentir en lugar de elegir. Lo democrático es que el pueblo elija, controle y decida.

La democracia cristiana y la social democracia, así como otras democracias  con marbetes atractivos, en el fondo son la misma cosa, y responden, en esencia, a las mismas clases sociales,  y se sostienen bajo el mismo sistema determinado por las relaciones de producción.

La democracia de los pueblos es la socialista, porque asegura con garantías materiales los derechos del pueblo de manera no artificial,  sino  efectiva en el orden legislativo y ejecutivo.  Por ejemplo, el derecho al trabajo no sólo   se proclama, sino que se consolida mediante la ley y se  asegura con la eliminación  del paro forzoso. Lo mismo ocurre  con la materialización  del derecho a la salud, a la educación,  a la seguridad social y a la vivienda.

Muy cerca de la democracia socialista están las democracias populares  en las cuales  se instauran  gobiernos de contenido popular que toman medidas en provecho de las grandes mayorías nacionales.


III.- LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA EN  NUESTRO PAÍS

Los ideólogos del sistema social que impera en la República Dominicana han tratado por todas las vías posibles de convencer, y en parte lo han logrado, de que la democracia representativa que existe aquí como forma de gobierno, está diseñada para que ella sea disfrutada por igual por todos los integrantes de la sociedad dominicana, y con semejante idea buscan cubrir la realidad con la apariencia; porque está demostrado que lo que padecemos es la democracia de la minoría nacional, que es la que disfruta de los distintos órganos de poder que componen la democracia representativa, llámese ejecutivo, legislativo, municipal o judicial.
Desde la desaparición física de Rafael Leónidas Trujillo Molina, hasta hoy, la democracia representativa no ha sido más que la fachada bajo la cual los grupos minoritarios han utilizado las instituciones del Estado para servirse de ellas e imponer su dominio y condiciones a lo que se llama pueblo dominicano, constituido por la grandes mayorías nacionales; y al actuar así no han hecho otra cosa que seguir los lineamientos históricos de lo que es, y ha sido, la democracia en su contenido real, la cual cambia de acuerdo con los cambios que se producen  en el régimen socioeconómico predominante en un momento dado.
La democracia en general no existe; ella siempre está determinada por el sistema que la sostiene y  las clases y capas sociales que integran, en su conjunto, los grupos de poder económico, político y social. 
En la Grecia y Roma antiguas funcionó la democracia esclavista la cual era disfrutada plenamente por la minoría esclavista, contra la mayoría que eran los esclavos. En nuestro país se les dice a los que son los más, al pueblo, que la democracia representativa que padecemos es beneficiosa para todos, para la minoría y para la mayoría del pueblo dominicano, pero la realidad práctica prueba todo lo contrario.
Con el fin de engañar a los electores y electoras, aquellos que se aprovechan de la democracia representativa dicen que la democracia dominicana funciona bien porque ella es fruto de la delegación que hacen los ciudadanos y ciudadanas en favor de los elegidos en funciones ejecutivas, legislativas y municipales. Pero sin hacer mucho esfuerzo se comprueba que el presidencialismo limita la representatividad; los congresistas prostituyeron el ejercicio legislativo, y las Alcaldías no son más que centros municipales de clientelismo político local.
Sobran ejemplos para caracterizar la realidad viva de cómo se desnaturaliza la delegación en la democracia representativa en general y, en particular, la que ha funcionado en la República Dominicana en los últimos años.

Está muy apartada la voluntad de los electores y las electoras con lo que hacen los elegidos, sin importar que sea el representante del Poder Ejecutivo, los senadores, diputados, alcaides y regidores. Ellos han ido a los cargos a satisfacer apetencias personales y grupales.