Día:
martes 1 de abril 2014.
Hora:
7:00 p.m.
Lugar:
Centro León. Santiago
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La
Oficina Senatorial de Santiago, me ha
invitado a participar en este 9no Conversatorio Santiago: Pensar para
Proponer, como comentarista de la
conferencia: “Los desafíos de nuestra democracia:
parlamentarismo y participación social”,
a cargo del doctor Agustín Basave
Benítez.
Mi
exposición la voy a dividir en dos partes: la primera, (I) mis comentarios sobre lo planteado por el doctor Agustín Basave Benítez, y la segunda (II) el criterio
que sostengo con relación al tema desarrollado, y la democracia en sentido general y la
dominicana en particular.
I.- MIS
COMENTARIOS SOBRE LO PLANTEADO POR EL DOCTOR AGUSTÌN BASAVE BENITEZ.
El
doctor Agustín Basave Benítez, comenzó su exposición con un lamento porque
el parlamentarismo no es tomado en consideración, el ambiente político de
Méjico. En ese sentido dice:
“El parlamentarismo
brilla por su ausencia en el debate de la reforma del Estado en México. Es
ciertamente asombroso el tabú que impera en su contra; ni siquiera el
incremento del número de académicos y políticos mexicanos que reconocen la
disfuncionalidad de nuestro presidencialismo y proponen en mayor o menor medida
su parlamentarización ha podido
erradicar el dogma absurdo de que nuestra nación está congénitamente impedida
de salirse de las márgenes del régimen presidencial, así tenga que ahondarse
cada vez más su incoherencia. Quienes abiertamente preconizamos la adopción de
un régimen parlamentario seguimos siendo una minoría ignorada, y los que
solapadamente lo rechazan siguen siendo una mayoría que, salvo honrosas
excepciones, no se digna a dedicar al tema algo más que peregrinas
descalificaciones de exotismo e inviabilidad”.
(1)
Continuando
con su crítica al no debate del parlamentarismo en México, el expositor dice:
Con una salvedad que se diluye y otra que
hace abrigar esperanzas, al parlamentarismo se le descalifica a menudo tácita y
siempre categóricamente, como si los mexicanos tuviéramos una grapa en nuestro
ADN político que atrofiaría a nuestra sociedad políticamente organizada (¿más?)
con un sistema de gobierno que girara en torno a un parlamento. (2)
Haciéndole una crítica a la actual forma de
participación política, y justificando el parlamentarismo, el doctor
Agustín Basave Benítez, afirma:
El Estado mexicano vive en el peor de los
mundos posibles. Está atrapado entre un régimen presidencial “a la gringa” y un
sistema de partidos “a la europea”, y para salir de esa trampa no hay más que
dos soluciones: o “agringar” los partidos o “europeizar” el régimen. En otras
palabras, o nuestros partidos se reducen a dos, se desideologizan y sus
legisladores dejan de votar en bloque, o adoptamos la regla central del
parlamentarismo que ata la jefatura de gobierno a la correlación de fuerzas en
el poder legislativo. (3)
Al
hacer una crítica a los que en México se identifican con la tesis de la sobrerrepresentación,
el expositor dice:
Hay quienes proponen la sobrerrepresentación.
Es decir, que el porcentaje de curules para un partido pueda ser mucho mayor
que el porcentaje de sufragios que obtuvo, a fin de facilitar que quien tenga
la Presidencia controle las Cámaras. La propuesta es de un grupo de diputados
que representan la vertiente del PRI que yo bauticé como “el partido lanza”,
que abren así fuego en la disputa intrapartidista contra “el partido escudo”.
No parece importarles que eso implique Cámaras menos plurales; les resulta más
importante propiciar que el próximo presidente tenga una bancada mayoritaria
para aprobar sus iniciativas. Tampoco parece molestarles el hecho de que
sobrerrepresentar sea arar en el mar y, peor aún, embravecerlo. (4)
Para
rebatir la posición de aquellos que en México consideran inviable tanto el
status quo como el parlamentarismo, el doctor Agustín Basave Benítez, les responde en forma abierta
y tajante:
La
contradicción institucional de este país no se va a solucionar mientras no se
cree una mayoría única o preponderante que conforme el parlamento y forme el
gobierno, y dado el grado de disfuncionalidad que padecemos estoy persuadido de
que podemos y debemos hacer el vuelo sin escalas. (5)
Ante
las críticas que formulan algunos sectores presidencialistas en América Latina
al parlamentarismo, el expositor doctor
Agustín Basave Benítez, apoyándose en la
tesis de Juan Linz, apunta:
Como bien argumenta Juan Linz, la fragilidad
de la institucionalidad democrática en nuestra región se debe en buena medida
al juego suma-cero y a la exclusión de los perdedores, y quizá también a la
ausencia de un factor moderador que pueda mediar en la lucha partidista. Por
eso el sistema parlamentario, lejos de ser culturalmente inaplicable a nuestras
naciones, resultaría bastante adecuado y útil. (6)
Para
justificar el parlamentarismo en México, desde el punto de vista
constitucional, doctor Basave Benítez,
dice:
Nuestra Constitución es un ejemplo
paradójico: creada como proyecto de nación más que como guía cotidiana del
comportamiento de la sociedad, ha sido parchada en innumerables ocasiones en
vano afán de acoplarla a la coyuntura. Hace algunos años los opositores a una
nueva Carta Magna eran legión. Hoy sobran quienes, al menos en teoría, están de
acuerdo con la necesidad de reinventarla. Las razones son diversas: es
imperativo dar coherencia a un texto que ha sido modificado tantas veces sin
sentido sistémico, es deseable otorgarle un carácter menos programático y
coyuntural, es urgente constituirla como un acuerdo en lo fundamental producto
ya no de un triunfo militar sino de un verdadero consenso nacional. Y sin
embargo, se da por utópica la idea de una nueva constitucionalidad que
introduzca el parlamentarismo a México. Y así seguimos con los alambritos
presidencialistas. Y acaso así podríamos seguir hasta que el motor
constitucional reviente y no nos quede más remedio que armar uno nuevo en
condiciones asaz anárquicas y caóticas (7).
Continuando
con su posición de motivar y justificar el parlamentarismo, el doctor Basave Benítez, reitera: (8)
Es menester recalcarlo: la idea de discutir
el cambio de régimen de nuestro país no es producto del exotismo académico ni
del capricho político. Es el resultado de la inoperancia de los mecanismos que
regulan la relación entre los Poderes Ejecutivo y Legislativo en el nuevo
pluralismo de Latinoamérica en general y de México en particular, como han
demostrado los Linz, Valenzuela, Lijphart, O’Donnell, Mainwaring et al, a cuyos
argumentos hay pocas cosas que agregar. Una de ellas es que la propuesta de
convertirnos en una república parlamentaria no sólo responde a la lógica de
nuestra realidad, sino que además nos ahorra el alambicamiento de instrumentos
que hoy se proponen y que se volverían innecesarios, como es el caso de la
revocación del mandato. (8)
Como
una forma de darle base de sustentación al parlamentarismo, el expositor doctor
Agustín Basave Benítez, refiriéndose al
voto universal y el sistema presidencial, dice:
No obstante, con todo y voto universal, la
actual vertiente presidencial de la democracia representativa sigue entrañando
una paradoja. El mandante no puede determinar en una elección más que los
grandes trazos ideológicos de la misión del mandatario. En buena tesis, en
efecto, el elector vota por el candidato de un partido en función de su
plataforma electoral y las propuestas en ella contenidas. Pero resulta que no
hemos creado un mecanismo legal para garantizar o al menos impulsar el
cumplimiento de las promesas de campaña. Es decir, la vinculación de la
voluntad del representado con la acción de su representante es, en el mejor de
los casos, endeble. (9)
Como
una forma de fortalecer su tesis el doctor Agustín Basave Benítez, hace referencia a la
democracia participativa y al parlamentarismo
cuando dice:
Para eso existen instrumentos de democracia
participativa de los que México carece y apenas empiezan a legislarse. Su
propósito es preguntar directamente a la sociedad cuestiones cuya importancia
amerita una consulta ad hoc, y sus
requisitos deben asegurar que sólo los asuntos más relevantes sean susceptibles
de una nueva manifestación de la voluntad popular. Si se vale el símil, es como
si los electores otorgaran a los elegidos una carta-poder limitada para
representarlos, estableciendo la posibilidad de revertir la autoridad delegada
por cuanto a algunas decisiones que se deben tomar sin intermediarios. El
diferendo entre “representativistas” y “participativistas” es muy viejo y está
en buena medida zanjado. Los mexicanos, sin embargo, estamos rezagados del
mundo democrático porque no hemos legislado el referéndum, el plebiscito y la
iniciativa ciudadana, y en vez de discutirlos nos enfrascamos en un debate
sobre la forma de terminar anticipadamente a un gobierno impopular. Pues bien,
ese complicado procedimiento es sencillamente intrínseco al parlamentarismo,
que ideó la manera de “deselegir” a representantes populares que no cumplen sus
promesas o compromisos electorales. Cuando un primer ministro se aleja de sus
compromisos o incurre en desviaciones que ameriten su destitución, la mayoría
parlamentaria puede retirarle su apoyo y empujar a la formación de un nuevo
gobierno. Los periodos de tiempo para los que se elige a los parlamentarios son
máximos, no fijos o inflexibles. (10)
Con
sentido de satisfacción, el doctor Agustín
Basave Benítez, dice:
Es imperativo forjar una nueva Constitución y
un régimen parlamentario y eso ya no podemos disimularlo o aceptarlo a cuentagotas.
Las deficiencias de nuestro diseño institucional son tan abrumadoras que, pese
al rechazo dogmático al parlamentarismo en México, hay ya en marcha una reforma
que no se atreve a pronunciar su nombre. Si bien las consecuencias que acarrea
el desafiar prejuicios atávicos hacen que seamos pocos quienes manifestamos
explícitamente el deseo de adoptar un sistema parlamentario, no faltan
propuestas que apuntan a conformar un gobierno que responda a la correlación de
fuerzas en el Congreso.(11)
Llegando
casi al final de su exposición, el
doctor Agustín Basave Benítez, razona
diciendo:
Termino con una reflexión sobre la
resistencia al cambio en este México presidencialista. Siempre he pensado que
lo peor que puede ocurrirle a una verdad es volverse un lugar común. La
travesía rumbo a la obviedad empieza en el rechazo y termina en la irrelevancia
o, peor aún, en el dogma. La realidad conceptual suele navegar penosamente
contra la corriente, y rara vez su llegada a puerto es digna de celebración. Y
es que Perogrullo es como el poste en la esquina de la casa: a fuerza de verlo
lo dejamos de ver y sólo cuando nos estorba vuelve a tornarse significativo.
Las ideas que quedan cautivas en su propia veracidad pierden visibilidad o,
mejor dicho, pertinencia: si repetir una mentira mil veces la hace creíble,
reiterar una verdad hasta la saciedad la torna escurridiza. La cárcel se
convierte en fortaleza que impide atrapar salvedades o limitaciones. (12)
Antes
de abandonar la escena de la defensa de
su criterio con relación a la conveniencia de la instauración en México del
parlamentarismo, el exponente precisó:
Frente a las propuestas para inyectar una
dosis de parlamentarismo a nuestro régimen resurge, con inusitado vigor, el
rechazo que apela a taras idiosincráticas. Y si bien hay quienes esgrimen
razonamientos de gobernabilidad y de eficacia institucional, muchos se amparan
explícita o implícitamente en consideraciones de psicología social. Recrean,
corregida y aumentada, la noción de nuestra cultura política autoritaria. Es
más, la llevan a extremos que rondan el fatalismo y que asumen una concepción
inmovilista o estática de la cultura. Sugieren que la ley debe seguir a la
realidad social y olvidan que la realidad social también puede y debe ser
moldeada por la ley y que a ese tipo de fuerzas inerciales no hay que
ignorarlas ni acatarlas, sino contrarrestarlas. No por manido el ejemplo es
menos válido. Cuando cruza la frontera norte, el mexicano que lleva a cuestas
una cultura milenaria de desprecio por la legalidad acostumbra comportarse como
un ciudadano ejemplar. En un instante, sin mediar mayor proceso de
aculturación, respeta las señales de tránsito y deja de tirar basura en las
calles. Sabe que allá los incentivos hacen inconveniente actuar de la manera en
que lo hace acá y reacciona racionalmente. Cierto, la cultura cívica es
producto de la acumulación de experiencias, pero es muy sintomático el hecho de
que el cambio de nuestro comportamiento sea tan dúctil en un Estado de derecho
que provee los alicientes correctos . (13).
En
la parte de su exposición donde el
doctor Agustín Basave Benítez,
asume la posición más realista es, conforme mi criterio, cuando plantea:
Discutamos las ventajas y desventajas de los
sistemas políticos y su potencialidad en el contexto de nuestras
peculiaridades, pero no caigamos en el error de juzgar culturalmente
ineluctable uno que se ha vuelto disfuncional. Los argumentos de la ingeniería
constitucional y de las características de nuestro esquema partidista en favor
del presidencialismo poseen suficiente peso para tener que recurrir a la
idiosincrasia como coartada. Y no olvidemos que, si triunfaran quienes pugnan
por mantenerlo, sería necesario realizar reformas para adecuarlo a nuestro
nuevo pluralismo que lo tornarían más pesado y lento. En suma, no permitamos
que nuestras verdades devengan en dogmas y que nuestras ideas estén en
cautiverio. (14)
Poniéndole
punto final a su tesis, el doctor Agustín
Basave Benítez, admite la situación de dificultad que entraña la
aplicación en México, del parlamentarismo, y dice:
No niego que es un tema delicado. Se trata de
operar la espina dorsal de nuestro sistema político y tocar ni más ni menos que
las fibras nerviosas del poder público. Pero no sería una intervención
quirúrgica innecesaria, ni siquiera canjeable. El paciente ya padece hemiplejia
democrática --tiene su mitad izquierda inmovilizada--, camina con gran
dificultad y está en riesgo de quedarse totalmente parapléjico. El diagnóstico
es inequívoco y la única duda es qué tipo de operación realizar. Los síntomas
son claros: la parálisis del Congreso y la atocia del presidente. La enfermedad
viene de lejos y es degenerativa. La primera vez que la reforma del Estado
figuró en la agenda nacional fue hace más de dos décadas. Durante veintitantos
años nuestra sociedad ha escuchado a los actores políticos discutirla hasta la
saciedad, si no es que hasta la suciedad. El ruido ha sido mucho y las nueces
pocas: en 1989 se reformó la administración pública federal, luego vinieron las
sucesivas transformaciones que dieron pie al actual Cofipe y finalmente se
reestructuró la Suprema Corte (25). Pero lo que a mi juicio constituye el
meollo del asunto --la inyección parlamentaria a nuestro sistema-- sigue en la
jeringa. (15)
Hasta
aquí los cortos comentarios que hago con
relación a la generalidad de los puntos planteados en su exposición por el doctor
Basave Benitez.
Ahora
me propongo desarrollar algunas ideas entorno a la democracia en sentido
general y la dominicana en particular.
II.- MIS CONSIDERACIONES SOBRE DEMOCRACIA
De
entrada puedo decir que las constituciones que hemos padecido no hacen
especificación del sistema social y
económico, ni la ubicación de las
clases sociales en el proceso de producción; en ellas se hace mención de pueblo y ciudadanos en sentido ideal, en
abstracto, sin establecer separación entre pobres y ricos; hablan de derechos,
libertades y de la igualdad ante la ley,
pero en nada se ocupan de los derechos económicos y sociales en forma
concreta.
Aunque la democracia es el régimen político en el
cual el
poder es ejercido por el pueblo, en los diversos periodos históricos
su contenido real cambia, de acuerdo con los cambios en el régimen
socioeconómico imperante.
En los años de ascenso y de lucha contra
el feudalismo, la burguesía promovió una serie de medidas para democratizar el
régimen estatal, es así como nace la democracia
burguesa. Pero la esencia del régimen
consiste en la dominación de la
burguesía.
En la
democracia representativa,
las ciudadanas y los ciudadanos, de modo
directo o mediato escogen a sus
representantes para el ejercicio de las
funciones legislativas, y su forma típica es la parlamentaria. El presidencialismo limita el carácter representativo
y facilita la liquidación de los estados democráticos.
En la democracia participativa, sus partidarios reconocen al pueblo el
derecho de consentir en lugar de elegir. Lo
democrático es que el pueblo elija, controle y decida.
La
democracia cristiana y la social democracia, así como otras democracias con marbetes atractivos, en el fondo son la
misma cosa, y responden, en esencia, a las mismas
clases sociales, y se sostienen bajo el
mismo sistema determinado por las relaciones de producción.
La
democracia de los pueblos es la socialista,
porque asegura con garantías materiales los derechos del pueblo de manera no
artificial, sino efectiva en el orden legislativo y ejecutivo. Por ejemplo, el derecho al trabajo no
sólo se proclama, sino que se consolida
mediante la ley y se asegura con la
eliminación del paro forzoso. Lo mismo
ocurre con la materialización del derecho a la salud, a la educación, a la seguridad social y a la vivienda.
Muy cerca de la democracia socialista
están las democracias populares en las cuales
se instauran gobiernos de
contenido popular que toman medidas en provecho de las grandes mayorías
nacionales.
III.-
LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA EN NUESTRO
PAÍS
Los
ideólogos del sistema social que impera en la República Dominicana han tratado
por todas las vías posibles de convencer, y en parte lo han logrado, de que la democracia representativa que existe
aquí como forma de gobierno, está diseñada para que ella sea disfrutada por
igual por todos los integrantes de la sociedad dominicana, y con semejante idea
buscan cubrir la realidad con la apariencia; porque está demostrado que lo que
padecemos es la democracia de la minoría nacional, que es la que disfruta de los
distintos órganos de poder que componen la democracia
representativa, llámese ejecutivo, legislativo, municipal o judicial.
Desde
la desaparición física de Rafael Leónidas Trujillo Molina, hasta hoy, la democracia representativa no ha sido
más que la fachada bajo la cual los grupos minoritarios han utilizado las
instituciones del Estado para servirse de ellas e imponer su dominio y
condiciones a lo que se llama pueblo dominicano, constituido por la grandes
mayorías nacionales; y al actuar así no han hecho otra cosa que seguir los
lineamientos históricos de lo que es, y ha sido, la democracia en su contenido
real, la cual cambia de acuerdo con los cambios que se producen en el régimen socioeconómico predominante en
un momento dado.
La democracia en general no
existe; ella siempre está determinada por el sistema
que la sostiene y las clases y capas
sociales que integran, en su conjunto, los grupos de poder económico, político
y social.
En
la Grecia y Roma antiguas funcionó la democracia esclavista la cual era
disfrutada plenamente por la minoría esclavista, contra la mayoría que eran los
esclavos. En nuestro país se les dice a los que son los más, al pueblo, que la democracia representativa que padecemos
es beneficiosa para todos, para la minoría y para la mayoría del pueblo
dominicano, pero la realidad práctica prueba todo lo contrario.
Con
el fin de engañar a los electores y electoras, aquellos que se aprovechan de la
democracia representativa dicen que
la democracia dominicana funciona bien porque ella es fruto de la delegación
que hacen los ciudadanos y ciudadanas en favor de los elegidos en funciones
ejecutivas, legislativas y municipales. Pero sin hacer mucho esfuerzo se
comprueba que el presidencialismo limita la representatividad; los congresistas
prostituyeron el ejercicio legislativo, y las Alcaldías no son más que centros
municipales de clientelismo político local.
Sobran
ejemplos para caracterizar la realidad viva de cómo se desnaturaliza la delegación en la democracia representativa en general y, en particular, la que ha
funcionado en la República Dominicana en los últimos años.
Está
muy apartada la voluntad de los electores y las electoras con lo que hacen los
elegidos, sin importar que sea el representante del Poder Ejecutivo, los
senadores, diputados, alcaides y regidores. Ellos han ido a los cargos a
satisfacer apetencias personales y grupales.