Por: Ramón Antonio Veras.
1.- Transcurre el tiempo; avanzan las horas y
los días; suceden hechos que marcan las semanas, los meses y los años que hemos
vivido. La evocación de episodios se convierte en remembranzas que me permiten
reproducir parte de lo que ha sido el paso por el mundo de los vivos. Es un
privilegio tener la posibilidad de transcribir el pasado.
2.- Hace varios años establecí comunicación
con doña Memena, una señora costurera, pero que como comadrona asistió a mi madre al momento de mi nacimiento, la
madrugada del 25 de diciembre de 1938. Memena me hizo un relato de lo alegre
que se puso mi progenitora cuando me tomó en sus brazos. En los ojos de Idalia,
me dijo la comadrona, se notaba que estaba viviendo el momento más feliz de su
vida.
3.- Lo que mamá no podía suponer era que ese
niño que había parido le correspondería desarrollarse en diferentes ambientes y
en condiciones sumamente difíciles. La vida no ha sido para mí color de rosas,
pero las adversidades he tratado de convertirlas en felicidad y cualquier desgracia
que pueda amargarme la tomo con tranquilidad para vencerla y hacer de ella una
dicha.
4.- He tratado de comprender el medio social
donde vivo hoy, convencido de que no es el mismo donde pasé los años de mi
niñez. Recuerdo al amiguito encantador; ameno por entero; de conversación
placentera; comunicación franca; que daba gusto tratarlo; de presencia
atrayente; muy apacible, en fin, un ser humano grato que inspiraba, seducía con
su proceder satisfactorio.
5.- Por provenir de un hogar en el cual siempre
primó el buen trato, no me formé en la altanería, la soberbia ni en el orgullo
vano. La formación hogareña la he conservado, por lo que no creo en el
endiosamiento, ni andar de engreído, fanfarrón, jactancioso y haciendo
bravuconerías. Mis ascendientes me marcaron para que fuera real, no fingido;
para que llevara a los demás alivio, no malestar.
6.- Aquellos primeros años de mi existencia
nunca los he olvidado y son los mismos con los que hubiera querido pasar mi
tercera edad. Me inicié en las relaciones humanas sin ofender al amiguito; nada
de ultrajar al compañerito de estudios; sin despreciar a los hijos de los
vecinos, y nunca vejar a los ancianos. Deshonrar, vilipendiar e infamar no
forman parte de la conducta de mi generación.
7.- El medio social de mis orígenes no fue un
paraíso, como tampoco un infierno. Pura y simplemente una época distinta a la
actual en lo material y espiritual. Aquel período de la vida de mi país, cuando
nací y me hice un jovencito, era de camaradería, interrelación franca y de
confianza plena, de coexistencia sin rose brusco. La frecuentación hacia
posible el vínculo sin suspicacia alguna, no había espacio para la bellaquería
y la mala pasada.
8.- Me levanté con amiguitos y amiguitas
sanos espiritualmente; sin ninguna clase de picardía y libres de traumas
psíquicos; de conducta recta y actitudes inclinadas a la bondad. Con esos niños
de mi época aprendí a discutir sin ofender, examinar los problemas con
conciencia y cambiar de impresiones sin imponer criterios. Llegué a
relacionarme en base al respeto mutuo, a codearme con quienes pensaban
diferente a mí y alternando conservando la prudencia sin ceder en los
principios.
9.- La vida en el barrio ejecutando tareas
comunes, sin importar que fuera en lo laboral, estudios o deportes colectivos,
me llevó a querer a aquel que me hacía compañía, y sembró en mí la camaradería.
Me ligué con el que luego fue mi camarada por identificación ideológica.
Aprendí en la práctica a armonizar, corresponder y hacer del compañerismo una hermandad
sin fisuras.
10.- De tanto moverme en compañía de buenos
amiguitos me motivó a ocuparme de lo que preocupa a otro. Formé parte de
jovencitos y jovencitas que se interesaban por lo que le ocurría al vecino o
compañero de estudios. No procedíamos como los desentendidos, ni darnos por no
enterados ni mucho menos hacernos los chivos locos. En la casa me enseñaron que
no es de bien actuar dejar en manos de otros lo que es de nuestra
responsabilidad, que escurrir el bulto es propio de irresponsables.
11.- Cuando era un niño, por mi mente nunca
pasó que llegaría a vivir en un ambiente distinto al que disfrutaba en ese
momento de infante. Lo idílico, lo encantador lo sentía como que siempre seria
así, que nunca llegaría lo desagradable, aquello que hace la existencia de poca
o ninguna sustancia. La permanencia de ochenta años moviéndome al lado de seres
humanos de cataduras diferentes, me ha permitido comprender lo que es la
especie humana, su lado dulce y el amargo.
12.- Lo que me han enseñado los años vividos
es que cada época tiene su generación, la que se forma conforme el ordenamiento
económico, social, cultural, ético y moral. Sería una pura ilusión de mi parte
creer que voy a estar compartiendo hoy con el hombre y la mujer hecha con las
normas y principios de cuando nací, habiendo transcurrido ya ochenta años.
13.- Por haber llegado a los ochenta años de
edad, moverme por todos los continentes, y codearme con personas pertenecientes
a distintas clases sociales; de diversos criterios ideológicos y costumbres
desemejantes, me he podido formar la idea de que solamente relacionarse, tener
trato, alternar siendo observador; mezclarse con grupos humanos de pensamientos
opuestos, darse cuenta a tiempo de las pretensiones individuales y acatar lo
que nos dicte la conciencia, nos hace ser decididos para actuar a pesar de los
inconvenientes.
14.- Aspiro a seguir cumpliendo muchos años
de vida como persona útil a la especie humana; que mis acciones resulten
provechosas y contribuir positivamente para lo que en verdad se llama pueblo se
libere de las cadenas de la opresión.
15.- Al cumplir mis ochenta (80) años de edad
puedo decir que he pasado momentos aciagos, funestos, que me han quitado hasta
el deseo de vivir, pero los he superado hasta recuperar la felicidad que
siempre he aspirado me acompañe. He aprendido a reírme de aquello que me quiere hacer un hombre desgraciado. Cuantas
cosas me quieren achicar mi deseo de permanecer contento, las espanto de mi
pensamiento.
16.- He llegado a los ochenta años plenamente
convencido de que el ser humano está hecho para amar, no para odiar; construir,
no destruir; apreciar, no aborrecer, ser solidario, no egoísta; sentir
simpatía, no malquerencia. La inclinación a las buenas causas me motivan
satisfacción, y el contentamiento me permite mantener regocijado.
17.- Mis ochenta años de vida los debo tomar
para reflexionar con relación a lo que ha sido mi vida; detenidamente meditar
si he actuado bien o mal; deliberar si he accionado como me lo ha dictado mi
conciencia; examinar con cuidado si le he aportado o no a la sociedad donde he vivido,
o si por el contrario le he fallado, en sí, es propicio este cumpleaños ochenta
para determinadamente examinar qué ha sido mi vida.
18.- Al llegar a los ochenta (80) años, debo
considerar si ha valido la pena mi existencia; meditar en torno a lo que he
sido en lo social y familiar; como activista social y político; como hijo,
padre de familia, amigo y profesional del derecho. Creo que el ser humano se
define por su actitud ante la vida, y los hechos son la respuesta de lo que
cada quien ha hecho en el medio donde le ha correspondido vivir y nadie puede
ser juez de sus propias actuaciones.
19.- Nunca, en ningún momento he actuado en
la vida pública procurando recibir algo por mis modestos aportes. Lo que he
ejecutado es fruto de mis convicciones, razón por la cual no me creo merecedor
de retribución alguna. En mis ochenta años de edad, he incidido para que mi
país cambie para bien en lo material y espiritual. En mis acciones he podido
estar o no equivocado, pero las he realizado con la creencia de que he obrado
para bien de los que son los más.
20.- Porque soy humano he cometido muchos
errores. En ningún momento me he creído portador de la verdad. Me he equivocado
en algunas de mis actuaciones, pero al obrar procedo de buena fe; el yerro está
dentro de las posibilidades de quien ejecuta. Siempre trato de proceder
pensando en no lesionar a los demás, aunque confieso que la equivocación por
momentos me ha acompañado, pero la buena intención de mi actuación me lleva a
no cargar con pesar interno, a permanecer sin remordimiento.
21.- Desde lo más profundo de mi corazón
quiero decir por medio de estas palabras escritas que he pasado momentos
sumamente agradables compartiendo con amigas y amigos, pero también he tenido
que soportar irritación, fastidio, disgustos que me han lacerado el alma. Para
mi es algo agraviante cuando soy lesionado por la actuación en mi contra de un
amigo o amiga.
22.- Es mi deseo seguir cumpliendo más años
con vida para, dentro de mis posibilidades, aportarle a la especie humana.
Solamente siendo provechoso merezco vivir; serle útil a la sociedad es lo único
que justifica existir. No tiene razón de ocupar un lugar en el planeta tierra
aquel que no contribuye al desarrollo social para la satisfacción de los que en
cada país son los más.
23.- A mis ochenta (80) años de edad, puedo
decirles a mis hijos, nietas y nietos que no tengo nada de que lamentarme; que
lo que he hecho o he dejado de hacer es resultado del dictado de mi conciencia.
Por mis acciones no tengo que vivir apesadumbrado, con lamentaciones ni estar
compungido. Me mantengo libre de pesares; no tengo ningún motivo para darme con
la cabeza contra la pared, ni morderme las manos. Tengo mi conciencia
tranquila, porque he actuado ejecutando sus dictados, tranquilo, consciente de
que no tengo que ser irascible ni moverme impulsado por la impaciencia que es
mala consejera.
24.- He llegado a los ochenta (80) años de
vida tranquilo, sin desasosiego alguno. Me siento ser un hombre libre, sin
ataduras de ninguna clase. Procedo con independencia absoluta porque en mi
cabeza solo mandan los principios que me acompañan como mi propia sombra. Me
siento liberado de las lacras que genera el ordenamiento social bajo el cual
vivo. Procuro mantener mi mente desembarazada, suelta para que nunca este
obstruida por el odio, la maldad y cuentas perversidades dañan al ser humano.
Mis ideas no dependen de la voluntad de nadie; las conservo sin obstáculos,
exentas de aquellos vicios que desgastan lentamente la parte bonita del alma
hasta llegar a echarla a perder.
25.- Por último, por ahora, solamente me
resta decir que soy un suertudo porque he vivido durante ochenta años,
accionando, procediendo, ejecutando con aciertos y desaciertos, pero siempre en
busca de lo que sea bueno, positivo, sano, en sí, beneficioso para el ser
humano sin distinción de color, credo religioso, criterio ideológico o lugar de
nacimiento. Así he vivido durante ochenta años y solo pienso cambiar para ser
mejor.
Santiago de los Caballeros,
25 de diciembre de 2018.