jueves, 30 de julio de 2015

Mis hijos, ustedes no son cinco, somos seis



Por: Ramón Antonio Veras.
Introducción

1.- El ser humano, mientras tiene vida puede  aportar a la sociedad en general y a su círculo familiar  en particular; su contribución será positiva dependiendo de la experiencia acumulada y la conducta exhibida en el curso de su existencia; dependiendo de su proceder, luego de su fallecimiento puede ser tenido como ejemplo para las futuras generaciones. El  conjunto de sus actuaciones   va a posibilitar  la valoración  que hagan los miembros de la comunidad de  su  trajinar terrenal.

2.- Después  de la llegada inexorable de la muerte de una persona, lo que cuenta es la sensación producida en la conciencia de los demás del comportamiento, de la forma de  actuar en el medio social en el cual  vivió.
3.- Por proceder  atropelladamente en el medio social dominicano actual, algunos no se detienen a pensar que su permanencia aquí es limitada y su precipitación  va a concluir,  indefectiblemente,  con una pausa final: la muerte.

4.- En el curso  de encuentros informales con mis hijos, sus esposas, y sus descendientes, mis nietas y nietos, les he  hecho saber  que mi desaparición del mundo de los vivos quiero la acepten  como algo muy natural.

5.- A las gentes más estrechamente relacionadas  por vínculos sanguíneos, o afectivos de cualquier índole, estamos en el deber de darles a conocer quiénes somos, no en  nuestra imagen exterior, sino de nuestras actuaciones, para que retengan las acciones buenas y rechacen las malas.

6.- La transparencia en el proceder espontáneo  hace posible la comprensión  de lo que queremos transmitir para que sea asimilado, absorbido por quienes son  nuestros escogidos destinatarios. El pedazo hermoso de mi  existencia  lo he compartido con la generalidad de los míos, mis hijos y sus descendientes; por  tanto  es por ellos conocida; no tengo que explicársela porque la hemos disfrutado en común.

7.- El fragmento de mi vida que me interesa que mis hijos, nietas y nietos conozcan es   aquel en el cual  se me ha  golpeado en lo más profundo de mi alma. Quiero que  los míos aprendan de mis amargas experiencias, para que no experimenten los pesares que he padecido.

I.- Para mis hijos,  experiencias  como padre y profesional
8.- La práctica de la vida es lo que más enseña; el adiestramiento fruto del quehacer diario nos edifica, afina nuestro entendimiento;  una adecuada instrucción  hace posible que nos inclinemos a persuadir a quienes  procuramos aleccionar con nuestra prédica.

9.- Por haber vivido más que mis hijos, he tenido la oportunidad de adquirir, más que ellos,  el conocimiento de muchos de los fenómenos que se dan en ese laboratorio social que es la sociedad  donde nací y me he desarrollado como ser humano, y tengo la dicha de poder  transmitir  a mis descendientes  las experiencias  que he vivido.

10.- Como padre, y por haber ejercido por casi medio siglo una profesión, no es correcto de mi parte   guardar  en mi cerebro algunas vivencias que en la vida práctica pueden servirles como referencia  a mis hijos en el quehacer  diario  de su ejercicio  profesional.

11.-  Todos mis hijos  hicieron  carreras universitarias en diferentes disciplinas, y algunos son especialistas en sus aéreas profesionales; en sus  quehaceres tienen afines con otros que escogieron igual especialización, lo que   les llevará a encontrar compañeros de profesión que, en una u otra forma, manifiestan  celosía.

12.- La identidad de profesión no entraña cohesión de comportamiento. Una cosa es la identificación en el orden profesional, y otra la forma de ejercerla en el medio social. La diferencia suele ser   notoria, y tiene mucho que ver el origen  social y la formación familiar de cada profesional.

13.- La generalidad de los profesionales son individualistas, por su ubicación en el ordenamiento social en el cual desempeñan  su profesión; obran conforme su particular conveniencia sin tomar en cuenta los intereses colectivos;  su aislamiento laboral les crea un  criterio dominado  por el particularismo.

14.- Aquellos  profesionales de las diferentes disciplinas que carecen de sensibilidad, o provienen de hogares en los cuales no hay interés   por enfrentar las injusticias, se comportan en forma egoísta; para ellos el mundo comienza y termina en lo que  conviene a su  interés  particular.

15.- Por lo general, el segmento social de los profesionales no compite;  procura resolver sus diferencias mediante el trato desigual, el juicio ligero, la descalificación y la exclusión sin justificación alguna.

16.- Algunas veces, cualquier colega que sobresale por méritos   propios es visto  por sus iguales  con antagonismo; como un competidor al cual hay que hundir; un contrincante intruso, un rival  que ha llegado a importunar y  hay que cerrarle el paso para  que no avance,  y si logra avanzar  golpearlo hasta hacerlo añicos.

17.- En la actualidad,  el compañerismo  en las profesiones es algo que forma parte del pasado.  No cuenta la integración al mismo colegio;  el cofrade es visto como un  enemigo en potencia; al trato de amigo, compañero y camarada se  antepone la aversión sin sentido,  la malquerencia irracional, el rencor enfermizo  y la rivalidad estimulada.

18.- En mi caso particular, cuando comencé a ejercer mi profesión  de abogado el ambiente profesional del país  era otro, porque la  sociedad dominicana de la  época era diferente a la de hoy, que se ha convertido en un nido de  fieras; una cueva de serpientes agresivas y venenosas; una jungla en la que prolifera el canibalismo, la ferocidad, el trato de bestias.

19.- El medio en el cual nos estamos moviendo ha llegado a un grado tal de degradación que, al parecer, no hay espacio en muchos corazones para alojar el amor y aceptar la comprensión; ha desaparecido  todo aquello que eleva a la especie  humana, la  hace  portadora y símbolo del querer, lo deleitoso, ameno, encantador y agradable.

II.- A mis hijos,  algunas  advertencias 
20.- Por provenir de los marginados de la sociedad dominicana, y lograr superarme en base a estudios y trabajo, puedo decirle a mis hijos que en su accionar profesional se cuiden de los envidiosos, porque los  mezquinos  no aceptan que triunfen los hombres y mujeres de una sola pieza, de una sola conducta, de un solo proceder.

21.- Mis hijos están formados para lidiar con personas de bien,  con los que saben valorar a los demás, no así con   granujas,  picaros descalificados, y  truhanes de la peor ralea.

22.- Mis descendientes no fueron educados en las malas artes, en la mañosería artera y vulgar; en la  malevolencia disfrazada de ingenuidad; en lo nocivo con apariencia de inocuo, inofensivo.

23.- Es mi deseo  que  mis vástagos desarrollen  la agilidad mental suficiente para que descubran  a  tiempo a los simuladores, falsificados y ficticios; a esa cáfila de taimados que abunda en nuestro  medio; a la caterva de tunantes que se venden  como honrados y decentes, y no son más que zorros, con apariencia mansas ovejas.

24.- El agrietamiento de la sociedad dominicana exige que la gente buena y  de  correcta formación,  se mantenga despabilada porque está  expuesta  a tratar con tipejos de la peor estirpe;  con el hampa, las escorias sociales; con  los residuos  perfumados, con aquellos que no son más que sepulcros blanqueados.

25.- No están en el mismo plano de conducta  correcta los prominentes sensibles,  y  los que, en nombre de escalar socialmente, están dispuestos a desprenderle la cabeza a cualquier persona decente, sin  importarles el qué dirán.

26.- Que sepan mis hijos  que los pigmeos no están  preparados para competir en igualdad de condiciones con sus adversarios  sobresalientes; el anodino y deficiente enfrenta a los notables mediante las zancadillas, tratadas y truhanerías.

27.- Quiero que mis hijos pongan sus pies sobre la tierra y comprendan que  el medio social dominicano actual no está diseñado para la franqueza, sino para la falsedad; que ahora está de por medio  lo espurio, no lo  genuino; la simulación, no lo exacto; impera la  hipocresía,  no la sinceridad.

28.- Mis descendientes directos no deben pecar de ingenuos y creer que en su campo profesional siempre van a tratar  con gente formada para hablar en base  a la correcta y veraz información. El ambiente de hoy en el país se ajusta a la murmuración y el rumor; no se habla de “yo lo vi”, sino de “me dijeron”; no se expone con la verdad por delante,  sino predominando el susurro, el chismorreo y el murmullo. Es  cuestión del pasado el respeto a la palabra dada y honrar los compromisos; se destacan los farsantes, engañosos y embaucadores.

III.- Mis hijos y la competencia profesional
29.- Lo ideal fuera que la competencia profesional se pudiera dirimir mediante  la emulación  fraterna y en el  campo científico e  intelectual. La competición con altura eleva la persona de los contendores, pero la rivalidad basada en la perversidad de uno de los adversarios, reduce el certamen.

30.- A mis hijos les he dicho y reiterado que el profesional capacitado sobresale por su talento y honestidad;  el que está científicamente preparado puede concursar,  rivalizar, emular con respeto ante sus contendientes.

31.- Que no esperen  mis hijos ser enfrentados,    en sus respectivas especialidades como profesionales,  en forma leal,  franca y abierta; sus adversarios gratuitos recurrirán al ardid, a la treta perversa, al  artificio sucio, a la añagaza vulgar.    El solapado oculta su malicia, es artero para materializar la simulación.

32.- Pido a mis hijos que nunca se coloquen en el terreno de los que no están preparados para demostrar honradez, destreza e  idoneidad. Sólo los ineptos hacen uso de las malas artes para deslustrar a los que brillan en el campo profesional por meritos bien ganados.

IV.- Reflexiones  finales
a.-  Como padre me siento orgulloso de mis hijos porque no me han fallado como seres humanos. Estoy satisfecho de su comportamiento porque no obstante desarrollarse en este fango social que es la sociedad dominicana de hoy, dominada por el egoísmo, el individualismo y el fenómeno de la corrupción,   han conservado la sensibilidad, la solidaridad y la honestidad.

b.- Quiero que por muchas tratadas que les hagan  sus compañeros de profesión, no les respondan con iguales métodos; colóquense por encima de ellos demostrándoles que  no fueron educados como bribones, canallas y villanos, sino como hombres de bien.

c.- Manténganse apegados a la línea de conducta que recibieron en su hogar, de ser leales, honestos, francos y sinceros;  y al actuar así les dan como  respuesta un aldabonazo a quienes les enfrentan con la trampa, el engaño, la acechanza y cuantas maquinaciones pueden salir  de las mentes mezquinas.

d.- Nunca voy a poner en duda su rectitud en el correcto comportamiento profesional,  su  integridad ante los demás, y su probidad  en sus  vidas  como ciudadanos y padres de familias.

e.- Recuerden que están obligados a actuar  siempre con extrema prudencia,  porque un error, un desliz profesional en otro, a uno cualquiera de ustedes se lo tomarán como intencional. Les está prohibido equivocarse.

f.- Mis hijos,  no se amilanen por las bellaquerías que les hagan sus adversarios competidores  mezquinos; deben  seguir adelante, avanzando sin voltear la cara para ver a sus desleales y simulados colegas; adelanten sus pasos para  que sigan triunfando con dignidad, sin aprisionar a nadie, ni hollar  honras como es costumbre de  sus contrarios.

g.- Que mis descendientes retengan la idea de que el mundo es de los exitosos, de los que se levantan en base a su esfuerzo; la gloria es de los que se mueven de cara  al sol,  no de  los fracasados que se amargan en la oscuridad por su derrota y por los logros de los vencedores.

h.- La felonía de que sean víctimas mis hijos, les pido no las tomen en cuenta; recíbanlas como formando parte de los vicios que se anidan  en  los corazones de las personas incapaces de competir con lealtad, porque sólo conocen la alevosía, la acción canalla.

i.- Mis hijos, no se dejen amilanar; demuestren que las bellaquerías de quienes los adversan, les sirven  de motivación para acentuarse, elevarse, agrandarse más y más como hombres que sólo  creen  en superarse para servirles a la sociedad y vivir dignamente.

j.- A ustedes, mis hijos, les digo: sigan sus vidas como siempre, llena de alegría, transmitiendo afectos sinceros, ternura a los que la necesitan, querencia a los amigos leales; y aparten de su mente todo lo que significa odio, rencor, malevolencia y resentimientos.

k.- Quiero que siempre tengan presente que ustedes,   siendo mis hijos, nacieron marcados; con   un sello encima, el de un hombre que en el medio social dominicano no es un santo ni un demonio, que  desde siempre ha impugnado el orden social injusto, y  puede abrir sus manos y de ellas no cae una moneda obtenida mediante prácticas profesionales corruptas,   como tampoco fruto  del accionar político.

l.- Mis hijos, no olviden que   los profesionales con compromiso social, ético y moral, tienen que revestirse de un espíritu de sacrificio; saber que como miembros de la sociedad donde ejercen su profesión tienen que, además de su actividad profesional como medio de subsistencia, servirles a la comunidad, incidir en la vida pública, sin importar las circunstancias.

ll.- Mi deseo es que ustedes se mantengan unidos, y llenos de optimismo; que el entusiasmo sea su aliado; la confianza su inseparable acompañante, y mantener el ferviente deseo de progresar, pero sin  lesionar, sin dañar a nadie.

m.- Por último, quiero decirles que  pueden vivir convencidos de que  cuando les digo que soy su escudo, lo que quiero significarles es que cualquier acción en su contra la tomo para mí, sin importar las consecuencias. Por tanto, adelante,  ustedes no son cinco, somos seis.


                                                                                                         Santiago de los Caballeros,

                                                                                                            30 de julio de 2015.