Por:
Ramón Antonio Veras.
Escrito
dedicado a las víctimas y victimarios del odio.
Introducción
a.-
Causa espanto, da grima vivir aquí a cualquier persona con sano juicio. El
ambiente en el cual nos movemos motiva a permanecer bajo estado de pavor y
justificado terror. La serenidad se torna difícil donde la alarma predomina.
b.- Entre
nosotros permanece aterrado no solo el miedoso, cobarde y asustadizo, sino
también el valiente, animoso y tranquilo. El miedo transmite, la sensación de
pavura, de pánico profundo que se siente y con facilidad se advierte.
c.-
La situación está para sentirnos llenos de susto; con los pelos de punta; la
sangre helada y las carnes temblando; cargados de psicosis y cobardía. Andamos por
todas partes espantadizos, con mieditis aguda.
d.-
Lo que se respira es para estar sobrecogido, consternado; con cara horrible;
reflejando algo monstruoso, angustioso y de fobia; como si algo terrorífico se hubiere
apoderado de lo que tenemos para ver la vida atractiva, agradable y llevadera.
I.-
El odio presente aquí
1.-
Lo horrible en nuestro país no es la violencia que impera, la criminalidad que
acecha, ni las diversas modalidades delincuenciales de factura nueva que han
hecho acto de presencia en el cuerpo social dominicano. Lo peor es el odio en
la conciencia de amplios grupos sociales.
2.-
En el cerebro de muchos dominicanos y dominicanas está presente el odio como
divisa; predomina como distintivo, algo así como un símbolo. Está pegado, es un
logotipo mental; sello que caracteriza conductas viciadas, corrompidas.
3.- Practicar
el aborrecimiento no es de un ser humano formado para la convivencia armoniosa
y civilizada. Detestar, abominar, tener rencor se ha convertido en algo que
divierte a muchos que aquí no tienen motivo alguno para vivir con rabia,
enconos y repugnancia hacia los demás.
4.-
Con notoriedad y aflicción observamos a diversos sectores que no están
tranquilos, en paz, si no es expresando aversión contra alguien; destilando
inquina con relación a individuos que ni conocen. Maldecir al desconocido,
condenar a quien no ha tratado es algo cultural en el ambiente dominicano.
5.-
Lo que sale de la boca de algunos fastidiosos es candela, puro fuego. La
animadversión gratuita es un deleite para aquellos que prefieren no respirar,
si no es para sacar de su garganta una expresión hiriente, denigrante contra un
ser humano bondadoso.
6.- Estamos
viviendo en una especie de jungla, en la que abundan caníbales dispuestos a
menospreciar, quitar valor y devorar a cualquier ser humano con espíritu
venenoso. El odio es aplicado en la sociedad
humana por el embustero, artista de la humillación y practicante del ningunear.
7.-
El código de aquel que odia está
debidamente estructurado para que cada palabra surta efecto demoledor, por lo que mancillar, manchar, oprobiar y
sambenitar tiene víctimas específicas para colocarles etiquetas deshonrosas y
en especial poner malas famas, oscurecerlas o enlodarlas.
8.-
El sentimiento de aversión lo tiene reservado el que acaricia la malquerencia y
es aliado de la tirria, con el fin de desmigar a quien sea merecedor de respeto
en la sociedad. Mientras más detesta y rencores acumula, mejor se siente el
triturador de honras y méritos bien ganados.
9.-
Aquel que se dedica a odiosear hace buena alianza, establece camaradería con el
que fastidia, aborrece, enoja y hace de la mortificación el arte de jeringar. Solamente los dañados de mente pueden
comportarse como entes dañosos que contaminan y empañan hasta a los metales
preciosos.
10.-
El que disfruta con la antipatía siempre está moviéndose en el círculo social
donde le celebran sus acciones perversas, dirigidas a hacer sentir desconsolado,
deprimido, extenuado, afligido, y en
todo caso hundirlo, quitándole el ánimo, y destrozarle el entusiasmo hasta convertirlo
en un desilusionado, desesperanzado y frustrado.
11.-
El medio dominicano está resultando propicio a los fines perseguidos por los que
están educados para utilizar el descrédito contra las personas de valía, la mala reputación, y
todo calificativo que encierre, ignominia, deslustre, en sí, aplicarle al
honorable todo lo que significa leyenda negra.
12.-
La persona física con méritos que brilla o sobresale es un objetivo a ser
destruida mediante la descalificación y la infamación, empañándole la fama, su
buen nombre y respeto. Es misión del que odia exterminar, pulverizar a los
seres humanos que se elevan, aniquilar al distinguido, hacer saltar, hacer añicos,
estragos, echar abajo a todo aquel que es un triunfador.
13.-
La inquina está fija en la conciencia de muchos de nuestros paisanos que se
molestan con los triunfadores. La tirria, la perinquina se ha apoderado del
corazón de los reducidos a la nada como persona, por lo que se mantienen afligidos,
angustiados una vez conocen los éxitos de otros.
14.-
Sorprende la forma como tantas personas están contagiadas por la malevolencia. Se
ha hecho una práctica en determinados sectores de la sociedad dominicana,
manifestar gratuitamente la malignidad, como si semejante tara hablara bien de
los seres humanos. Pretenden desconocer que el malevolente, el malintencionado
es visto como una rémora, un peligro social.
15.-
La presencia en nuestro medio social del maldiciente cada día se está haciendo
más notoria. En la medida que se agrieta
la sociedad, crecen los individuos malditos que disfrutan con los anatemas,
lanzando reprobación a diestra y siniestra; andan endiablados por esas calles
de Dios, en procura de injuriar a cualquiera que no sea de su agrado.
16.-
El malvado que con su lengua odiosa daña a los demás, es de formación impertinente,
proceder irrespetuoso y de trato malicioso. El descarado es hermano gemelo en
inconductas de aquel que malacostumbrado, malvezado y grosero, se convierte en
avinagrado que cultiva la astucia para, en unión de la picardía, ser insidioso,
muy mal pensado.
17.-
La situación que se presenta en nuestro país con las personas que lo que sacan
de su boca para referirse a los otros es pura llama, su mala intención es
quemar con sus descargas de odio y andanada de resabios, porque mientras en sus
cerebros quede algo de combustión continuarán quemando a sus víctimas
inocentes.
II.-
Debemos vencer el odio
18.-
Nuestro país no puede seguir siendo el ámbito propicio para odiar, aborrecer a
los demás. Hay que cambiar el sentido de aversión y repugnancia, por el de
amor, afecto, cariño, comprensión y tolerancia. La parte fea de la conducta
humana no debe predominar sobre lo hermoso que puede dar la especie humana.
19.-
Debemos sacar de nuestro cerebro todo lo que resulte ofensivo, repelente y
fastidioso. Las diferencias de opiniones políticas, la competencia empresarial o
profesional, no puede llevarnos a permanecer armados para destruir al adversario
con rabia agrediéndolo con calificativos arteros, solapados, taimados, para herir, reducir y difamar.
20.-
Conviene motivar a los dominicanos y a las dominicanas para que hagan suya la
idea de la tolerancia; suscitar la consideración y el respeto mutuo; incentivar
la condescendencia; impulsar la flexibilidad ante la ilusión de resolver los
conflictos por medio de acciones de sangre. Debemos eliminar la motivación que
nos guía a querer destruir a los demás por medio del chisme, la difamación y
las palabras hirientes.
21.-
Debemos estar preparados para comportarnos con cariño, ser amables y mimosos.
Lo áspero, desagradable y brusco nos hace ver ante los demás como personas
indeseables, agrias, de mal vivir y peor trato. Sin necesidad de ser melosos,
podemos exhibir delicadeza, decente compostura y demostrar que estamos formados
como pueblo solidario para humanizar a los nuestros con el ejemplo, transmitiendo
afectos y calor humano.
22.-
Con las buenas actuaciones debemos probar que estamos en condiciones de
eliminar el odio y con él el miedo, la sicosis de pánico y el estado de horror.
Es posible desechar el espanto y dejar fuera de nuestro medio el susto.
Suprimir de nuestras actuaciones todo lo que signifique agravio y pueda ponernos
los pelos de punta, helar la sangre.
23.-
Si los dominicanos y las dominicanas ponemos de nuestra parte de seguro que
logramos cambiar la agresividad, la violencia y la provocación por el sano
trato y el lenguaje bonito, y dejaríamos así de ser provocadores, buscabroncas, bravucones
y estimuladores de camorras, excitadores de pleitos y sugerentes de discordias.
Es bueno alcanzar la concordia para evitar contrariedad, enemistad y
desacuerdos dolorosos y trágicos.
24.-
Algo hay que hacer para que no siga en el país estableciéndose como norma de
vida la disensión innecesaria, la desconcordia provocada y el disentimiento sin
sentido. La conducta de hacer contraste, andar dándole a la lengua y
procediendo a sacar de sus cabales al decente, lo único que conduce es al
debate estéril, al altercado, al pugilato infecundo.
25.-
Moverse odiando a los demás lo que hace es identificar al autor como individuo
de baja calaña, inclinado a la crueldad, atrocidad e imprudencia; y preparado
para ser ubicado como bruto, cafre y ausente de civismo. La barbarie nos señala
como pueblo subdesarrollado, adecuado a comportarse haciendo barrabasadas,
tratadas y cuantos desaguisados sean posibles.
26.-
Podemos accionar en política sin necesidad de agraviar a los contrarios
haciéndoles sentir mal en su persona y a los suyos. Al perjudicar lesionando
sin justificación alguna nos hacemos daño a la vez que debilitamos la justeza
de la causa que defendemos.
27.-
Las verdaderas transformaciones democráticas se logran con el apoyo de las
masas populares, jamás con métodos que van en detrimento, en menoscabo de los
objetivos perseguidos, sin importar lo loable que resulten ser. El insulto, la
calumnia, el ultraje y zaherir no contribuye al desarrollo de la lucha social.
28.-
Los hombres y mujeres de bien se reducen una vez dirigen su lucha política al
campo personal, llevando al pueblo la falsa idea de que sembrando odio contra
un individuo en particular se eliminarán las injusticias y las lacras que
genera el sistema social bajo el cual estamos viviendo. No alcanzamos la
felicidad por vías ilegitimas, injustas y utilizando los mismos tormentos que
censuramos a nuestros antagonistas.
29.-
Por muy áspera, ácida y tormentosa que
se presente la lucha social y política, la persona sensible y defensora de las
causas justas, no debe caer en la politiquería que es propia de los que llevan
a la práctica la política para lucrarse, y carecen de sólidos argumentos para sostener sus posiciones.
30.-
La persona que interviene en actividades políticas y sociales se eleva y gana
simpatía para la causa que defiende cuando recurre a razonamientos, tesis y
juicios que resultan demostrativos. La claridad de pensamiento, encerrada en la
elegancia de las ideas que defendemos, se evidencia sin necesidad de utilizar
la mentira, el odio ni términos insignificantes.
31.-
Por último, a la niñez dominicana debemos inculcarle que el ser humano no debe
odiar, porque el que odia es malo como persona; un mal bicho en quien nunca
podemos confiar.
Santiago
de los Caballeros,
10 de abril de 2017.