Por: Ramón Antonio Veras.
A manera de explicación
El autor de este escrito no nació con las
ideas que hoy domina, sino que las hizo suyas
captándolas de su círculo familiar, en el discernir del medio que ha vivido, y la
concepción ideológica que estudió y le sirve de guía a sus actuaciones.
Al
igual que todos los dominicanos y
dominicanas que se han desarrollado en el actual orden social, estoy preñado,
atiborrado, atestado de defectos y debilidades, pero dentro de las sombras a
mis escasas virtudes no está la incoherencia entre lo que creo y predico. He
tratado de vivir acorde con mis pensamientos y actuaciones.
Para abordar el tema afín con integridad,
honradez, honestidad y pulcritud conductual no me ha pasado por la mente
creerme un purificado, acrisolado o pontificado de moralidad. Pero creo que a
la plasticidad de los honestos y honrados de ocasión, deben
salirles al frente las mujeres y hombres que han vivido y viven
aferrados a la idea de que honestidad, honradez y decoro, no
son objeto de negociaciones,
interpretación antojadiza, caprichosa e inconstante. La solidez en la
formación familiar, la resistencia a lo deshonesto, y la consistencia de
pensamiento debe mantenerse inalterable y duradera apegada a sanos principios.
I.- Facilitando la Deshonestidad
1.- En el medio social dominicano amplios
segmentos de la población acomodan a su conveniencia el pensamiento que tienen
sobre honestidad, honor, probidad, seriedad, etc. La época en la cual hombres y mujeres del país
sostenían criterios rígidos que les identificaba por hacerles honor a cualidades morales que les ensalzaban, está desapareciendo. Al
parecer, decencia y honorabilidad andan
de la mano con la deshonra.
2.- Exhibir la honradez como virtud ya no
es prueba de entereza, porque la han
convertido en una necedad. El objetivo
es hacer ver como hombre pobre de espíritu a quien levanta la honorabilidad,
porque para que se imponga la
transacción de los principios hay que amilanar a quienes los
elevan y se mantienen
envalentonados, no encogidos ni vacilantes.
3.- Una vez la persona se comporta en
forma oportuna para lo que le es ventajoso, somete su accionar, sujeta su proceder, esclaviza la
conducta a lo que le facilita la vida. La sana voluntad se doblega cuando su
dueño la abandona a los fines de
mantenerla supeditada obedeciendo a quien lo favorece.
4.- Muchos dominicanos y dominicanas, en
procura de recibir prebendas han
ampliado la idea que tenían de la honestidad, extendiendo la cuerda de la rectitud para con
la elasticidad ensanchar el espacio por
donde pueden darles riendas sueltas a la doblez conductual e incoherencia. En
la medida que se hace más ancha la facilidad para entrar al círculo de los
renegados de la honestidad se diluyen las normas que no se ajustan
a la corrupción de los moralistas
de hojalata.
5.- A los fines de facilitar la doblez de
su acomodaticia honorabilidad, aquel que
cree tener el don de la destreza para manejarse simulando decencia, simplifica
el correcto proceder a simples tonterías, superficialidades, para que le resulte
cómodo ser sinvergüenza y a la vez presentarse como recto y decoroso.
6.-
Aquí la honestidad se ha llegado a adulterar de tal forma que
cualquier rufián dice ser auténtico y
modelo de honradez, aunque por la mañana simula ser mesurado y virtuoso, en la tarde un truchimán
y en la noche un felón, demostrando así que en nuestro medio se puede
sintetizar en una misma persona al procaz e insolente.
7.- Hablar ahora de ser honesto deja
perplejo a cualquiera porque el pervertido ha logrado ser aceptado como
puritano, no siendo más que un réprobo educado en la malignidad y la
depravación. La desfachatez no tiene límites cuando de ella hace uso el
crapuloso que se vende como bueno.
8.- El deterioro ético y moral de la
sociedad en que vivimos permite que cualquier corrupto se crea con calidad para
sermonear, que es austero, aunque haya permanecido en la movida de la
disipación, enviciamiento y amoralidad.
Lamentablemente cualquier bullanguero travieso se siente autorizado a
predicar la honestidad siendo un ininterrumpido
depravado.
9.- Ha
caído en el olvido que la honestidad impone a quien quiera honrarla, no
contaminarla con impudicias, mañoserías y cuantos vicios constituyen una
afrenta al correcto proceder. Es un insulto, una ofensa a la honradez,
aprovecharse de un ambiente corrupto para enriquecerse en forma ilícita.
10.- Es un agravio a la buena conducta
acomodarse a las prebendas haciendo uso de simulada decencia. Resiente el correcto
proceder quien haciéndose el afamado y
gracioso deshonra la ética y la moral social. No puede levantarse el honor con
las manos sucias, haciendo de la ascosidad, de la puercada una bandera, un
cromo.
11.- La decencia, lo respetable, integro y
recto no forma parte de la cultura de quien con
sus actuaciones niega lo pudoroso, noble y digno. No es persona a imitar
quien en el medio social donde vive aparenta integridad, pero en su accionar se
comporta medio sinvergüenza y reduplicado vagabundo. La falsedad, el disimulo
no sirve como pauta de buen vivir,
porque hipocresía y fingimiento no tienen relación alguna con la
sinceridad.
12.- La persona honesta, honrada y digna
tiene que serlo por entero, completa,
totalmente; nada de fragmentada o
parcial; mantenerse coherente, constante,
no blanda, voluble y tornadiza. No se puede vivir predicando la moral
robándose los dineros del erario,
legalizándole ilegalidades al corrupto, y a voz en grito maldecir la
corrupción y adorarla.
13.- Rompe con la honestidad no sólo el
que roba y recibe dinero sin laborar, sino también aquel que viola la palabra
dada, miente, traiciona, gustosamente ofende, estimula la malquerencia hacia
los demás, cultiva la vileza y contamina la mente limpia.
II.- Simplificando la deshonestidad
14.- La concepción de la honestidad, lo
mismo que la honradez, para su amplio manejo ha sido adecuadamente encuadrada a
los fines de que pueda ser disimulada,
encubierta atendiendo a la voluntad de quien la levanta en su beneficio.
15.- Por la particularidad como aquí son
manejadas las actuaciones, se estrecha o amplia el honor, la estima y honra, dependiendo de la ocasión
y hasta del monto económico que envuelve
la operación. La calificación de un
acto honesto o deshonesto estará sometida a una regulación de
conveniencia, ventaja o alivio coyuntural del beneficiado.
16.- En la concepción, en la mentalidad de muchos individuos, honestidad,
honradez y decoro están sometidos a
mediciones particulares. Se ha hecho común
escuchar expresiones de quienes creen poseer el privilegio de tener un
medidor de los actos que caen dentro de
la sucieza o la limpieza, partiendo de
su privilegiado tamiz. Su cedazo le
permite decidir si ha ejecutado o no una acción corrupta.
17.- La honestidad es vista como un juego,
pasatiempo ideal para quienes se creen dotados de la dicha de ser árbitros,
enjuiciadores de sus actuaciones.
Conforme a su muy exclusivo entender están premiados de sabiduría equilibrada, y jamás atolondrada.
18.- La valoración que se hace en nuestro
medio de honestidad, honradez y limpia conducta, guarda relación con el monto que está de por medio en la operación corrupta. Sería un
diminuto ladrón, un minúsculo corrupto,
si lo que se roba es algo insignificante, sin gran valor en el mercado. Todo se
reduce, al parecer, a llevar el
ladronismo a pesos y centavos.
19.-
En procura de colocar el concepto deshonesto en la más mínima expresión, el lenguaje para
identificar a los ladrones, a los que
sustraen fondos públicos, han
hecho de las inconductas una regla de vida, se recurre a una ensalada de expresiones, un amasijo de criterios, un popurrí de calificativos que tienen como
objetivo hacer ver al deshonesto como un pobre diablo, un simple renacuajo social.
20.- En el ambiente dominicano se procura
acomodar al antisocial, colocar al degenerado para que armonice con decentes y
limpios, con el fin de que se conserve como
aceptado por todas y todos, por santos y demonios; que sienta en lo más profundo de su alma
sucia que aunque es un degenerado, conserva el don de tener acólitos, adláteres
que santifican sus sucias actuaciones.
21.-
Con el objetivo de que el degenerado esté en buena posición, acoplado a los círculos sociales que les son
afines, se le mantiene armonizando,
alternando para que, codeándose con
honrados y ladrones, conserve su falsa
imagen de personaje digno de finos
tratos.
22.- La regulación de la forma de
comportarse en el medio dominicano la tienen aquellos que se autocalifican de normalizadores de la vida
social, porque el accionar suyo mantiene
arrinconado el adecentamiento de la vida
pública, puesta de rodillas, humillada
la vida de cualquiera que quiera erguirse, alzarse contra el equilibrio,
las acrobacias de la sinvergüencería.
23.- La aceptación de que cada quien
se crea con derecho a la igualdad de conducta aunque sea lo más
descarado, ha creado la falsa idea de
que aquí hay analogía en la apreciación de lo honesto y lo deshonesto, aunque
la verdad es que la similitud de ajustarse a las reglas de la moral se está haciendo algo
dificultoso, partiendo de que cada vez se ha ensanchado y desfigurado el
concepto de persona seria, honesta y
honrada.
24.- Recibir lo indebido, cobrar sin trabajar, vivir de la ilegalidad, justificar la trampa y darle viso
de limpieza a lo sucio, cae dentro de los lineamientos de aceptar disculpas de
irregularidades toleradas, convertidas en exculpación social. Ceñirse a lo
honrado carece de sensatez allí donde lo inadmisible está a bien resguardo por el pretexto de que se puede vivir
inmerecidamente sin crédito.
25.- Señalar al corrupto como formando
parte de los marginados de la honradez,
crea la posibilidad de pedirle excusas, luego de que explique que su
accionar cae en lo admisible y socialmente acordado, en vista de que en el medio nuestro lo injustificado e indebido tiene razón de ser en la tolerancia
y diversidad de criterios, puntos de vista y manera de ver las malandrinadas de
los educados y escasamente bondadosos.
26.- Nuestro país está viviendo un periodo
idílico para aquellos que están
adecuadamente formados para ser indiferentes a la desaprobación
delincuencial, apáticos ante la censura provenientes de grupos decentes, y se
mantienen abúlicos frente a la calificación que les hagan de repugnantes,
abominables e infectos vulgares.
Santiago de los Caballeros,
12 de diciembre de 2016.