El padre que no convive con el hijo, que no reclame apego
I.- El solo engendrar, no genera cariño
- Reproducir la especie humana y criarla, son procesos muy diferentes, que se ejecutan en circunstancias y espacios distintos. El hecho de engendrar una hija o un hijo, no le da motivos al padre para tener esperanza de recibir, en el futuro, cariño de la criatura.
- Ligarse una mujer y un hombre, para producir un niño o una niña, no quiere decir que el ente social llegado al mundo terrenal trajo cariño para el padre o la madre.
- Ese ser humano, fruto de la unión de mamá y papá, necesita ser criado, nutrido, además de cuidado en su formación, instruirlo y prepararlo para la vida en una sociedad civilizada.
- La realidad le enseña al niño o a la niña, que su vida se ha ido desarrollando en un conjunto de fases continuadas que, poco a poco, paso a paso, la van a conformar, dándole fisonomía a su existencia y forma de ser.
II.- El trato esporádico del padre a la descendencia, no motiva compenetración
- La hija o el hijo, querer a su progenitor, no resulta de la procreación y manutención. Hace falta, además, que la descendencia sienta que a su alma llega la inclinación, el afecto hacia su persona.
- Los obsequios de ocasión, y a veces los mimos, no motivan aprecio. El apego, la estima y el amor paternal, deben ser transmitidos con sincera, intensa y viva emoción.
- El trato sujeto a contingencia, esporádico, no impulsa cariño seguro en el hijo o la hija. Solamente la relación que no cesa, la persistente hace sentir y le da vida al calor humano, que se logra cuando es seguido, no pasajero.
- La permanente comunicación; esa relación diaria, de ahí a ahí, entre ascendiente y descendiente, genera trato mutuo y, a la vez, ardiente adhesión. La inmediación contribuye a la afinidad entre las personas, no así la lejanía.
- El padre que, por una u otra razón, no vive en compañía de su descendiente, no está llamado a recibir el mismo cariño que si ambos cohabitaran. La convivencia hace posible la sana armonía.
- El papá que permanece afuera, más allá de donde habitualmente se encuentra su hija o hijo, no reúne las condiciones adecuadas para hacerse merecedor de la calidez, la abierta efusividad que surge del reiterado contacto que, por lo general, viene acompañado del afable frecuentar.
- El amor filial, no se logra en un abrir y cerrar de ojos, en un instante, sino que se cultiva a paso lente, despacio. El alternar llano y confiado, que solo se logra con la familiaridad, trae la confianza y la intimidad.
- Lo más interior y profundo de una persona nace de la unión, no del aislamiento. El papá no debe esperar fraternidad de esa hija o hijo, que ha mantenido en situación de alejamiento, donde no ha sentido la convivencia, la intimidad.
- Aquel que engendró a quien ahora es su hijo, no debe reclamarle ni esperar de este primacía en el querer, si ese ascendiente ha mantenido a esa criatura alejada. La casual comunicación es signo de distanciamiento.
- El padre no integrante del círculo donde vive su hija o hijo, que no espere igual afecto que el recibido por la madre, componente del hogar que sirve de vivienda a la o a el descendiente.
- La convivencia con el hijo o la hija, lleva a la descendencia a desarrollar apego sumamente intenso, a encariñarse hasta lo más profundo con la madre, a la vez que manifiesta áspero trato hacia su padre biológico.
- La hija o el hijo, que siempre ha hecho vida común solo con la madre, ante el padre se comporta esquivo, como reacción y sanción por apartarse del lado suyo y de su mamá.
Ideas finales
- Cuando el papá, no convive con la madre, el hijo o la hija, que han procreado, se le presentan las coincidencias de los más variados sucesos, que debe manejar con altura y sensatez.
- El padre que no ha convivido con la hija o el hijo, frente a la actitud de frialdad, indiferencia o desafecto de su descendiente, si comprueba que es imposible una sincera avenencia, lo más atinado es que el papá mantenga una actitud de respeto al proceder impenitente de su descendiente.
- El padre de la hija o el hijo, que se ha criado y desarrollado al lado de la madre, hace bien en portarse sereno, con el convencimiento de que le será más que imposible persuadir a su descendiente, de lo que cree es su verdad y resentido proceder.
- El padre que, sin lograrlo, ha procurado acercamiento con la hija o el hijo, que siempre vivió junto a su madre, debe aceptar con todo respeto la posición de su descendiente.
- No sería más que un padre testarudo, aquel que quiere recibir cariño de la hija o el hijo, al que, por las circunstancias que sea, no transmitió caricias.
- Por último, no debemos olvidar que: “Es inútil combatir las opiniones de los demás; a veces se llega a vencer en una discusión a otros, pero a convencerlos, jamás. Las opiniones son como los clavos: cuanto más se les golpea, más profundamente penetran”.